EL ARCA DE LA SABIDURÍA (Antología de textos con valores para el crecimiento personal) Laureano J. Benítez Grande-Caballero para pedidos de la obra, pulse aquí
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Capítulo
4 La
vía del corazón (El
amor) POEMAS
El poder del amor
(EMMET FOX) No
existe la dificultad que amor bastante no logre superar, ni
enfermedad que no se cure con amor suficiente. No
hay puerta que no se abra con bastante amor, ni
brecha que un amor suficiente no consiga cerrar, ni
muro que un amor bastante no logre derribar, ni
pecado que un amor suficiente no logre redimir. No
importa cuán profundas sean las raíces del problema, ni
cuán desesperadas sean las perspectivas, ni
cuán sucio el conflicto, ni
cuán grande el error: un
amor suficiente lo resuelve todo. Con
tal que sólo puedas amar bastante, serás
el más feliz y poderoso en el mundo entero. La respuesta Cualquiera
que sea la pregunta, la respuesta es el amor; cualquiera
que sea el problema, la respuesta es el amor; cualquiera
que sea la enfermedad, la respuesta es el amor; cualquiera
que sea el dolor, la respuesta es el amor; cualquiera
que sea el miedo, la respuesta es el amor. El
amor es siempre la respuesta, porque
el amor es todo lo que existe. A
través del amor
(JALALUDDIN RUMI)
A
través del amor las cosas amargas parecen dulces, a
través del amor los trozos de cobre se convierten en oro. A
través del amor los dolores son
como bálsamos curativos, a
través del amor las espinas se vuelven rosas. A
través del amor el vinagre se vuelve dulce vino, a
través del amor el reverso de la fortuna parece
buena fortuna. A
través del amor una prisión parece una
enramada de rosas, sin
amor un jardín parece un hogar lleno de cenizas. A
través del amor el fuego ardiente es agradable luz, a
través del amor las duras piedras se convierten en
agradable manteca. Sin
amor, la blanda cera se convierte en duro acero, a
través del amor la pena es alegría. A
través del amor la enfermedad es salud, a
través del amor los muertos resucitan. El
valor del amor
La
inteligencia sin amor te hace perverso. LA
VIDA CON AMOR LO ES TODO; SIN AMOR, NO VALE NADA. La
solución
(ANDRÉ
BOGAERT, colaborador de la madre Teresa de Calcuta) Oh,
señor, cuando tenga hambre, ponme
junto a alguien que necesite alimento. Cuando
tenga sed, dame
a alguien que necesite bebida. Cuando
tenga frío, dame
a alguien a quien ofrecer calor. Cuando
esté triste, dame
a alguien para que lo consuele. Cuando
mi carga me resulte pesada, hazme
compartir la carga de otro. Cuando
sea pobre, condúceme
a alguien que esté necesitado. Cuando
no tenga tiempo, dame
a alguien a quien pueda echar una mano. Cuando
me sienta humillado, permíteme
tener a alguien a quien alabar. Cuando
esté descorazonado, envíame
a alguien para que lo alegre. Cuando
precise de la comprensión de los demás, dame
a alguien que tenga necesidad de la mía. Cuando
necesite que se cuiden de mí, envíame
a alguien para cuidarme de él. Cuando
esté centrado exclusivamente en mí mismo, orienta
mis pensamientos hacia algún otro. El
valor de la vida (EMILY
DICKINSON) Si
puedo evitar que se rompa un corazón, no
habré vivido en vano; si
puedo aliviar el dolor, o
calmar una pena, o
ayudar a un petirrojo desfallecido a
regresar al nido, no
habré vivido en vano
El
servicio Donde
haya un árbol que plantar, plántalo tú. Donde
haya un error que enmendar, enmiéndalo tú. Donde
haya un esfuerzo que todos esquivan, acéptalo tú. Sé
el que aparta la piedra del camino,
el
que quita el odio entre los corazones
y
las dificultades del problema. Hay
la alegría de ser sano y la de ser justo. Pero
hay, sobre todo, la hermosa, la inmensa alegría
de
SERVIR
en
el fragor de la lucha. La
unidad
(WALT WHITMAN) Quien
degrada a otro me degrada a mí, y
todo lo que se dice o se hace vuelve al fin a mí. Encarno
a todos los marginados y a todos los que sufren, brotan
de mí muchas voces largo tiempo mudas: voces
de interminables generaciones de
prisioneros y esclavos, voces
de los enfermos y los desesperados, voces
de los seres despreciados. Me
veo en la cárcel con las facciones de otro hombre, y
experimento su dolor sordo y constante; no
pregunto al enfermo cómo se siente: me convierto en él. Soy
el esclavo perseguido, el niño silencioso de
rostro envejecido, el enfermo que
exhala su último suspiro. Hombre
y mujer, quisiera decirte cuánto te amo, pero
no puedo, y
quisiera decirte lo que hay en mí y lo que hay en ti, pero
no puedo, y
quisiera decirte cómo late mi corazón día y noche, y
cuánto sufro, pero no puedo. La
entrega
(SAN FRANCISCO DE ASÍS) Dios
mío, haz de mi vida un instrumento de tu paz: que
allí donde haya odio, ponga amor; que
donde haya discordia, ponga unión; que
donde haya error, ponga la verdad; que
donde haya desesperación, ponga esperanza; que
donde haya tinieblas, ponga luz; que
donde haya tristeza, ponga alegría; Haz,
Señor, que no me empeñe tanto en ser consolado como
en consolar, en
ser comprendido como en comprender, en
ser amado como en amar: porque
dando se recibe, olvidando se encuentra, perdonando
se es perdonado y
se encuentra la vida verdadera. La
traición
(KHALIL GIBRAN) Siete
veces he despreciado a mi alma: La
primera vez, cuando la vi desfalleciente y debía llegar a las alturas. La
segunda vez, cuando la vi saltar ante un inválido. La
tercera vez, cuando le dieron a elegir entre lo arduo y lo fácil y escogió lo
fácil. La
cuarta vez, cuando cometió una falta y se consoló pensando que los demás
también cometen faltas. La
quinta vez, cuando se abstuvo por debilidad y atribuyó su paciencia a la
fortaleza. La
sexta vez, cuando despreció un rostro feo, sin saber que tal rostro era una de
sus propias máscaras. Y
la séptima vez, cuando entonó un canto de alabanza y lo consideró una virtud. El
amor no pasa(1Cor 13) Si
hablara todas las lenguas de los hombres y los ángeles y
no tuviese amor, soy
como bronce que resuena o címbalo que retiñe; y
si teniendo el don de profecía y
conociendo todos los misterios y toda la ciencia, y
tanta fe que trasladase los montes, no
tengo amor, no soy nada; y
si repartiese todos mis bienes y
entregase mi cuerpo al fuego, no
teniendo amor, nada me aprovecha. El
amor es paciente, el amor es servicial; no
envidia, no se jacta, no es presuntuoso; no
es descortés, no busca lo suyo, no
se irrita, no piensa mal; no
se alegra de la injusticia, sino
que se complace en la verdad; el
amor todo lo perdona, todo
lo cree, todo lo espera, todo lo
tolera. Todo
pasará, menos el amor. El
enemigo(Mt 5,44.46; 6,3-4) Amad
a vuestros enemigos, pues
si amáis a los que os aman, ¿Qué
recompensa tendréis? Y
cuando hagas algún bien, que
no sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda, pues
si lo haces para ser alabado por los hombres, ya
has tenido tu recompensa.
El
hogar(RABINDRANATH TAGORE) No
se ha puesto el sol todavía y aún no ha empezado la feria que han montado en
la ribera. Pensé que había perdido todo mi tiempo y mis monedas; pero no,
hermano mío, algo me resta aún: la suerte no me lo ha quitado todo. He
acabado mi negocio. Están hechas las cuentas y regreso a mi hogar. ¿Qué he de
pagarte, guardián? Tranquilízate, algo me resta aún: la suerte no me lo ha
quitado todo. Se
ha detenido el viento y las nubes oscuras y bajas del crepúsculo no anuncian
nada bueno. El agua espera callada el vendaval. Voy a pasar al otro lado del río
pues tengo miedo de que caiga la noche. ¿Me pides el dinero del viaje, barquero?
Sí, hermano mío, algo me resta aún: la suerte no me lo ha quitado todo. Un
mendigo se ha sentado a la vera del camino debajo de un árbol. Me mira
esperando con timidez. Es muy posible que crea que llevo mucho dinero. Sí,
hermano mío, algo me resta aún: la suerte no me lo ha quitado todo. Ya
ha caído la noche, y se ha desvanecido el camino desierto. Brillan las luciérnagas
en medio de las frondas. ¿Quién me andará siguiendo en silencio, ocultándose
si me vuelvo a mirar? ¿Quieres robarme, verdad? Pues no te marcharás con las
manos vacías, porque algo me resta aún: la suerte no me lo ha quitado todo. Luego,
cuando a medianoche llego a mi casa con la bolsa sin nada, tú me estas
aguardando a la puerta con un mirar ansioso, insomne y silenciosa; y te echas en
mi regazo como un tímido pájaro, llena de amor. Sí, sí, ¡Dios mío! ¡Cuánto
me resta aún!: ¡la suerte no me lo ha quitado todo!
RELATOS
La
última prueba John
se levantó del banco, arregló su uniforme, y estudió la multitud de gente que
se abría paso hacia la Gran Estación Central, buscando a la chica cuyo corazón
él conocía, pero cuya cara nunca había visto: la chica de la rosa. Su
interés por ella había comenzado 13 meses antes, en una biblioteca de Florida.
Tomando un libro del estante, se encontró intrigado, no por las palabras del
libro, sino por las notas escritas en el margen. La escritura reflejaba un alma
pura, de grandes valores y capaz de grandes sacrificios. En la contraportada del
libro descubrió el nombre de la dueña anterior, la señorita Hollys Maynell.
Con tiempo y esfuerzo localizó su dirección en Nueva York, y después le
escribió una carta para presentarse y para invitarla a tener correspondencia. Al
día siguiente John fue enviado en barco para servir en la Segunda Guerra
Mundial. Durante un año y un mes, los dos se conocieron a través del correo, y
este conocimiento les fue llevando hacia el amor. John le pidió una fotografía,
pero ella se negó porque sentía que una relación verdadera no se puede
fundamentar en apariencias. Cuando
por fin llegó el día en que él regresaría de Europa, arreglaron su primer
encuentro: a las siete de la tarde en la Gran Estación Central de Nueva York.
«Me conocerás», dijo ella, «por la rosa roja que llevaré en la solapa». Así
que, a la hora convenida, John estaba en la estación buscándola. Esto,
según el testimonio del mismo John, fue lo que sucedió después: «Una
joven vino hacia mí. Su figura era alta y esbelta; su cabello rubio y rizado se
encontraba detrás de sus delicadas orejas; sus ojos eran azules como flores;
sus labios y su mentón tenían una gentil firmeza y en su traje verde pálido
lucía como la primavera en vida. Yo comencé a caminar hacia ella sin darme
cuenta que no llevaba la rosa. Mientras me movía, una pequeña sonrisa curvó
sus labios. “¿Buscas
a alguien, marinero?” murmuró la dama. Casi incontrolablemente di un paso
hacia ella y entonces vi a Hollys Maynell. Estaba parada casi
directamente detrás de la chica, con la rosa en la solapa. Una mujer, ya pasada
de los 40, con cabello grisáceo y algo gruesa. La
chica del traje verde se iba rápidamente. Sentí como si me partieran en dos:
por un lado sentía un ardiente deseo de seguirla, y a la vez sentía un
profundo anhelo por la mujer de corazón puro que por correspondencia me había
acompañado y apoyado durante tiempos difíciles. Y ahí estaba ella, con su
aspecto amigable y sereno. No
puedo negar que me sentí de pronto decepcionado. Pero enseguida comprendí que
ese sentimiento respondía sólo a la pasión y la fantasía. Contradecía todo
lo que, precisamente con la ayuda de Miss Maynell, había descubierto sobre el
amor verdadero. Fue por eso que di el paso y la saludé con auténtico
entusiasmo. Es cierto, esto no sería un romance, pero sí algo valioso, algo
quizás mejor que el romance: una amistad por la que debía estar siempre
agradecido. “Soy
el Teniente John, y usted debe ser la Srta. Maynell... ¿La puedo llevar a
cenar?” “Muchas
gracias”, dijo la mujer, “pero usted busca a mi hija: es la joven con el
vestido verde que se acaba de ir. Me entregó su rosa y me dijo que, si
usted me invitaba a cenar, se la entregase para que usted se la lleve. Le está
esperando en el restaurante de enfrente”». Aquel
encuentro ocurrió al fin de la Guerra Mundial, hace más de 50 años.
John y Maynell son ya muy ancianos, pero los años sólo han aumentado aquel
amor probado que resultó ser verdadero. La
mujer perfecta
Un
hombre conversaba con sus amigos en una casa de té y les contaba cómo había
emprendido un largo viaje para encontrar a la mujer perfecta con quien casarse.
Les decía: ¾Viajé
a Bagdad, y después de un tiempo encontré a una mujer formidable, atenta,
inteligente, culta, de una gran personalidad. Dijeron
sus amigos: ¾¿Por
qué no te casaste con ella? ¾No
era completa ¾respondió¾.
Después fui a El Cairo, y allí conocí a otra mujer ciertamente fabulosa:
hermosa, sensible, delicada, cariñosa. ¾¿Por
qué no te casaste con ella? ¾dijeron
los amigos. ¾Porque
no era lo perfecta que yo quería. Entonces me fui a Samarcanda, y allí, por
fin, encontré a la mujer de mis sueños: ingeniosa y creativa, hermosa e
inteligente, sensible, culta, delicada y espiritual. ¾¿Y
por qué no te casaste con ella, entonces? ¾insistieron
sus amigos. ¾Pues...
¿saben por qué?: ella también buscaba a un hombre perfecto. La
fusión(GABRIEL CELAYA) Cuando
éramos jóvenes, cada vez que veía las piernas de mi mujer me sentía loco de
pasión y deseo. Cuando
nos llegó la madurez, las piernas de mi mujer me dejaban indiferente muchas
veces. Ahora
que somos viejos, si le ocurriera algo a sus piernas es como si le ocurriera a
las mías. La
memoria Un
hombre de cierta edad fue a una clínica para hacerse curar una herida en la
mano. Tenía bastante prisa, y mientras se curaba el médico le preguntó qué
era eso tan urgente que tenía que hacer. El
anciano le dijo que tenía que ir a una residencia de ancianos para desayunar
con su mujer, que vivía allí. Llevaba algún tiempo en ese lugar y tenía un
Alzheimer muy avanzado. Mientras le acababa de vendar la herida, el doctor le
preguntó si ella se alarmaría en caso de que él llegara tarde esa mañana. —No
—respondió—. Ella ya no sabe quién soy. Hace ya casi cinco años que no me
reconoce. —Entonces
—preguntó el médico—, si ya no sabe quién es usted, ¿por qué esa
necesidad de estar con ella todas las mañanas? El
anciano sonrió y dijo: —Ella
no sabe quién soy yo, pero yo todavía sé muy bien quién es ella.
El deseo Un
visitante de un manicomio vio cómo uno de los internos se balanceaba en una
silla mientras, con aire tierno y satisfecho, repetía una y otra vez: «Lulú,
Lulú...» «¿Cuál
es el problema de este hombre?», le preguntó al médico que le atendía. «Lulú.
Es el nombre de la mujer que le dio calabazas», respondió el doctor. Siguieron
adelante y llegaron a una celda con las paredes acolchadas, cuyo ocupante no
dejaba de golpear su cabeza contra la pared mientras gemía: «Lulú, Lulú...». «¿También
es Lulú el problema de este hombre?», preguntó el visitante. «Sí»,
dijo el médico, «éste es el que acabó casándose con Lulú». El cambio Dos
amigas se encuentran en la peluquería y comienzan a hablar. En un momento dado,
una de ellas pregunta a la otra: —¿Qué
tal te va con tu marido? —Bueno...,
me abandonó hace unas semanas. —¿Sí?
¿De verdad? ¿Qué fue lo que pasó? —Pues...
un día me dijo que me estaba poniendo gorda, así que decidí hacer gimnasia
para adelgazar y conseguí perder unos kilos. Después, más tarde, me dijo que
debería cuidar más mi indumentaria, hacerla más elegante, y entonces renové
mi vestuario para agradarle. Otro día me comentó que le hubiera gustado que
estudiase algo, para poder hablar de más temas, así que decidí estudiar
enfermería. Últimamente me dijo que con el pelo largo estaría mejor, y yo me
lo dejé crecer. Hubo
entonces un momento de silencio. —¿Entonces?...
—intervino la otra amiga— ¿qué pasó entonces? Todo estaba perfecto para
él, ¿no? —Sí...,
ese fue el problema, que todo era perfecto para él. Un día me dijo: «Querida,
has cambiado tanto que ya no eres la misma persona de la que me enamoré».
Entonces, me dejó. La
verdadera ciencia Un
padre tenía la costumbre de leer un cuento todas las noches a su hija pequeña. Un
día, decidió grabar los cuentos en una cinta magnetofónica, y enseñó a su
hija a usar el aparato. Durante unos días, el experimento funcionó, pero, una
noche, la niña fue a su padre, le dio el libro de cuentos, y le pidió que le
leyera uno. ¾Pero...
si sabes usar el magnetófono ¾protestó
suavemente el padre. ¾Sí,
papá ¾replicó
la niña¾,
pero no puedo sentarme en sus rodillas. Cicatrices
de amor En
un día caluroso de verano en el sur de Florida un niño decidió ir a nadar en
la laguna detrás de su casa. Salió corriendo por la puerta trasera, se tiró
en el agua y nadaba feliz. No se daba cuenta de que un caimán se le acercaba. Su
madre, que miraba por la ventana desde la casa, vio con horror lo que sucedía.
Enseguida corrió hacia su hijo, gritándole lo más fuerte que podía. Oyéndole,
el niño se alarmó y viró nadando hacia su madre. Pero fue demasiado tarde.
Desde el muelle la madre agarró al niño por sus brazos, justo cuando el caimán
le agarraba sus piernas. La mujer empezó a tirar con toda la fuerza de su corazón.
El animal era más fuerte, pero la madre era mucho más apasionada y su amor no
la abandonaba. Un
señor que escuchó los gritos se apresuró hacia el lugar con una pistola y mató
al caimán. El
niño sobrevivió y, aunque sus piernas sufrieron bastante, aun pudo llegar a
caminar. Cuando salió del trauma, un periodista le preguntó si le quería enseñar
las cicatrices de sus pies. El niño levantó la colcha y se las mostró. Pero
entonces, con gran orgullo, se remangó y, señalando hacia las cicatrices en
sus brazos, le dijo: «Pero las cicatrices que usted debe ver son éstas» ¾eran
las marcas de las uñas de su madre, que habían presionado con fuerza para
salvarle¾.
«Las tengo porque mi mamá no me soltó y me salvó la vida». Para
el otro... ¡lo mejor!
Era un matrimonio pobre. Ella hilaba a la puerta de su choza pensando en su
marido. Todo el que pasaba se quedaba prendado de la belleza de su cabello
negro, largo como hebras brillantes salidos de su rueca. Él iba cada día al
mercado con algunas frutas. A la sombra de un árbol se sentaba a esperar,
sujetando entre los dientes su pipa vacía. No llegaba el dinero para comprar un
pellizco de tabaco. Se
acercaba el día del aniversario de su boda y ella no cesaba de preguntarse qué
podría regalarle a su marido. Y, además, ¿con qué dinero? Una idea cruzó su
mente. Sintió un escalofrío al pensarlo, pero, al decidirse, todo su cuerpo se
estremeció de gozo: vendería su pelo para comprarle tabaco. Ya
imaginaba a su hombre en la plaza, sentado ante sus frutas, dando largas
bocanadas a su pipa: aromas de incienso y jazmín darían al dueño del
puestecillo la solemnidad y prestigio de un verdadero comerciante. Sólo
obtuvo por su pelo unas cuantas monedas, pero eligió con cuidado el más fino
estuche de tabaco. El perfume de las hojas arrugadas compensaba largamente el
sacrificio de su pelo. Al
llegar la tarde, regresó el marido. Venía cantando por el camino. Traía en su
mano un pequeño envoltorio: eran unos peines para su mujer; que acababa de
comprar tras vender su vieja pipa... Abrazados,
rieron hasta el amanecer. El
juicio (Mt
25,31-40)
Cuando
venga el hijo del hombre en su gloria con todos sus ángeles, se sentará sobre
el trono de su gloria. Todos los pueblos serán llevados a su presencia; y él
separará a unos de otros, como el pastor separa a las ovejas de las cabras.
Pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces
el rey dirá a los de su derecha: «Venid, benditos de mi Padre, tomad posesión
del Reino preparado para vosotros desde el principio del mundo. Porque tuve
hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui emigrante y me
acogisteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, preso y
fuisteis a estar conmigo». Entonces
los justos le responderán: «Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te
alimentamos, sediento y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos emigrante y te
acogimos, o desnudo y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y
fuimos a verte?». Y el rey les dirá: «Os aseguro que cuando lo hicisteis con
uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis».
El
hermano
En las montañas del Perú, un misionero se encontró con una niña india que, a
pesar de su corta edad, llevaba a su hermano pequeño en brazos, montaña
arriba. Admirado, el misionero le preguntó: ¾¿No
te cansas? ¾No,
señor ¾replicó
la niña¾:
¡es mi hermano! Extraño
o hermano
Un
maestro le preguntó a sus discípulos: ¾¿Cómo
sabemos que la noche ha llegado a su fin y el día amanece? ¾Porque
podemos distinguir una oveja de un perro ¾dijo
uno de los discípulos. ¾No,
no es la respuesta ¾dijo
el maestro. ¾Porque
¾dijo
otro discípulo¾
podemos distinguir una higuera de un olivo. ¾No,
tampoco es la respuesta ¾dijo
el maestro. ¾Entonces,
¿cómo lo sabemos? ¾Cuando
miramos un rostro desconocido, un extraño, y vemos que es nuestro hermano: en
ese momento ha amanecido. Caridad
amenazada
(PAULO COELHO) Un
tiempo atrás, mi mujer ayudó a un turista suizo en la zona de Ipanema, que decía
haber sido víctima de ladronzuelos. Hablando un pésimo portugués con acento
extranjero, afirmó estar sin pasaporte, dinero ni lugar para dormir. Mi
mujer le pagó un almuerzo y le dio el dinero necesario para que pudiera pasar
la noche en un hotel hasta ponerse en contacto con su embajada, y se fue. Días
después, un diario de la ciudad informaba que el tal “turista suizo” era en
realidad un sinvergüenza muy creativo, que fingía acento extranjero y abusaba
de la buena fe de las personas. Al leer la noticia, mi mujer se limitó a
comentar: «Eso no me impedirá seguir ayudando a quien pueda».
El
buen samaritano Una
noche de gran tormenta, pasadas las 11 de la noche, una señora mayor de raza
negra estaba parada al lado de la carretera en el estado de Alabama. Estaba
empapada por la lluvia. Se le había dañado el coche y necesitaba ayuda
desesperadamente. Un joven blanco paró para ayudarla, algo que generalmente no
ocurría en aquellos años —la década de los sesenta del siglo pasado—
debido a los conflictos raciales. El joven la llevó a un lugar más seguro, la
ayudó a recibir asistencia, y le llamó un taxi. Ella parecía estar en un
apuro muy grande, pero escribió su dirección y le dio las gracias. Pasaron
siete días. Una mañana, alguien tocó en la puerta del joven. Ante su
sorpresa, le entregaron un televisor de color de consola. Llevaba pegada una
nota que decía: «Muchas gracias por su asistencia en la carretera la otra
noche. La lluvia no sólo empapó mi ropa, sino también mi espíritu. Entonces
llegó usted. Gracias a su ayuda pude llegar al lado de mi esposo moribundo,
justamente antes de que muriera. Que Dios lo bendiga por ayudarme y servir sin
egoísmo a otros. Sinceramente, Sra. Nat King Cole» (esposa del famoso
cantante). El
pozo Un
hombre cayó en un pozo, y no podía salir. Una
persona subjetiva pasó y le dijo: “Lamento que estés allí abajo”. Una
persona objetiva pasó y le dijo: “Era lógico que alguien se iba a caer en
ese pozo”. Un
fariseo pasó y le dijo: “Sólo las personas malas caen en pozos”. Un
matemático calculó cuán profundo era el pozo. Un
periodista quería la historia exclusiva sobre la caída en el pozo. Un
inspector de Hacienda quiso saber si estaba pagando impuestos por el pozo. Un
vendedor dijo: “No has visto nada si no has visto mi pozo”. Un
predicador de plagas y castigos dijo: “Te mereces el pozo”. Un
científico observó: “El pozo está en tu mente”. Un
psicólogo dijo: “Tu padre y tu madre son los culpables de que estés en el
pozo”. Un
optimista dijo: “Las cosas podrían ser peores”. Un
pesimista dijo: “Las cosas se pondrán peores”. Un
hombre compasivo no dijo nada, y le sacó del pozo. El
país de las maravillas Dos
hombres, ambos muy enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital. A uno
se le permitía sentarse en su cama cada tarde, durante una hora, para ayudarle
a drenar el líquido de sus pulmones. Su cama daba a la única ventana de la
habitación. El otro hombre tenia que estar todo el tiempo boca arriba. Los dos
charlaban durante horas. Hablaban
de sus mujeres y sus familias, sus hogares, sus trabajos, su estancia en el
servicio militar, dónde habían estado de vacaciones... Y cada tarde, cuando el
hombre de la cama junto a la ventana podía sentarse, pasaba el tiempo
describiendo a su vecino todas las cosas que podía ver desde la ventana. El
hombre de la otra cama empezó a desear que llegaran esas horas, en que su mundo
se ensanchaba y cobraba vida con todas las actividades y colores del mundo
exterior. La ventana daba a un parque con un precioso lago. Patos y cisnes
jugaban en el agua, mientras los niños lo hacían con sus cometas. Los jóvenes
enamorados paseaban de la mano, entre flores de todos los colores del arco iris.
Grandes árboles adornaban el paisaje, y se podía ver en la distancia una bella
vista de la línea de la ciudad. El
hombre de la ventana describía todo esto con un detalle exquisito, mientras el
del otro lado de la habitación cerraba los ojos e imaginaba la idílica escena. Pasaron
días y semanas. Una mañana, la enfermera de día entró con el agua para bañarles,
encontrándose el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, que había muerto plácidamente
mientras dormía. Llena de pesar, llamó a los ayudantes del hospital, para que
se llevaran el cuerpo. Tan pronto como lo consideró apropiado, el otro hombre
pidió ser trasladado a la cama al lado de la ventana. La
enfermera le cambió encantada y, tras asegurarse de que estaba cómodo, salió
de la habitación. Lentamente, y con dificultad, el hombre se irguió sobre el
codo, para lanzar su primera mirada al mundo exterior: por fin tendría la alegría
de verlo él mismo. Se esforzó para girarse despacio y mirar por la ventana al
lado de la cama... y se encontró con una pared blanca. El
hombre preguntó a la enfermera qué podría haber motivado a su compañero
muerto para describir cosas tan maravillosas a través de la ventana. La
enfermera le dijo que el hombre era ciego y que no habría podido ver ni la
pared, y le indicó: «Quizás sólo quería animarle a usted». El
Paraíso Hace
algún tiempo, en un monasterio vivía un monje cuya vida transcurría entre la
oración y el trabajo. El poco tiempo que le quedaba, lo invertía en ir a un
hospital cercano, donde atendía y cuidaba de la gente necesitada que recalaba
allí: ancianos, niños abandonados, enfermos... Había entrado muy joven en el
monasterio, y en esa vida agotadora de oración, trabajo y servicio fueron
pasando los años. Un
día, recibió la visita de un ángel de luz, que le dijo: —Vengo
a decirte, de parte de Dios, que tus días se han acabado. Vente conmigo al
paraíso: tu labor en este mundo se ha cumplido. Sin
dejar de hacer sus faenas cotidianas, el monje replicó: —No
quiero parecer descortés, pero, ¿no podrías venir en otro momento? Todavía
no he acabado de hacer la cena y, además, mañana tengo que atender a mucha
gente en el hospital. El
ángel asintió, y se marchó. Pasó algún tiempo. El monje iba envejeciendo
pero, a pesar de su cada vez más menguadas fuerzas, seguía con su vida de
siempre. Un atardecer, volvió a recibir la visita del ángel, y el monje volvió
a excusarse, diciéndole que todavía no podía acompañarle, pues tenía muchas
cosas que hacer. Las
visitas se repitieron algunas veces más, pero el monje siempre daba evasivas, y
seguía con sus tareas. Hasta que un día el monje se sintió muy viejo y muy
cansado, y comprendió que, aunque quisiera, ya no podría seguir haciendo su
vida de siempre. Por eso, cuando volvió a recibir la visita del ángel de la
muerte, no se resistió, y le pidió que, ahora sí, le llevara por fin al paraíso,
para poder descansar. Al oír su petición, el ángel le contestó: —¿Que
quieres ir ahora al paraíso? ¿Dónde te crees que has estado durante todos
estos años? Un
ladrón en el cielo
Érase
un ladrón que ya era muy viejo y no podía hacer su trabajo, de manera que se
moría de hambre. Un hombre rico lo supo y mandó que le llevaran comida. Sucedió
que los dos murieron al mismo tiempo en un gran desastre natural. Cuando
llegaron a la corte celestial, el hombre rico fue juzgado y condenado por
numerosas faltas, de manera que se le mandó al purgatorio. Pero al llegar allí
apareció un ángel diciendo que la sentencia había sido revisada, y se le mandó
directamente al cielo. El ladrón a quien había ayudado había robado la lista
de sus pecados. La
ayuda Cierto
día, caminando por la playa observé a un hombre que, agachándose, tomaba de
la arena una estrella de mar y la tiraba al mar. Intrigado, le pregunté por qué
lo hacía. ¾Estoy
lanzando estas estrellas marinas nuevamente al océano ¾me
dijo¾.
Como ves, la marea está baja y se han quedado en la orilla. Si no las arrojo al
mar, morirán. ¾Entiendo
¾le
dije¾,
pero debe haber miles de estrellas de mar sobre la playa. No puedes lanzarlas a
todas. Son demasiadas. Y quizás no te des cuenta de que esto sucede
probablemente en cientos de playas a lo largo de la costa. ¡No tiene sentido tu
esfuerzo! El
hombre sonrió, se inclinó, tomó una estrella marina y, mientras la lanzaba de
vuelta al mar, me respondió: ¾¡Para
ésta sí lo tuvo! Dando
la vida Una
niña llamada Liz sufría de una enfermedad rara y seria. Su única oportunidad
de recuperación era una transfusión de sangre de su hermanito de 5 años,
quien se había salvado milagrosamente de esa misma enfermedad y había
desarrollado los anticuerpos necesarios para combatirla.
El
médico le explicó la situación al hermanito, y le preguntó que si estaba
dispuesto a darle sangre a su hermana. Lo vi vacilar un momento antes de
respirar fuertemente y decirle, «Sí, lo haré si eso ayuda a salvarla».
Mientras
progresaba la transfusión, se acostó al lado de su hermana y sonrió viendo cómo
el color regresaba a sus mejillas. Entonces, el niño se puso pálido y su
sonrisa desapareció. Miró al doctor y preguntó con una voz temblorosa: «Doctor,
¿moriré enseguida?» El niño
había malentendido al médico: pensó que le tendría que dar toda su sangre a
su hermana para salvarla y que entonces él moriría.
La declaración Un
hijo le decía a su madre moribunda: «Has sido la mejor madre del mundo». La
moribunda volvió hacia él sus apagados ojos y repuso: «¿Por qué no me lo
dijiste antes de ahora, hijo?» La solidaridad (RABINDRANATH TAGORE) Upagupta,
el discípulo de Buda, estaba durmiendo en el suelo junto a la muralla de la
ciudad de Mathura. Todas las lámparas estaban apagadas, todas las puertas
cerradas, y el cielo sombrío de agosto ocultaba todas las estrellas. ¿Qué
pies eran aquellos cuyas ajorcas tintineaban agitando su pecho de repente? Se
despertó sobresaltado y la luz de la lámpara de una mujer iluminó sus ojos
indulgentes: era la bailarina, estrella de joyas nubladas por un manto azul pálido,
embriagada del vino de la juventud. Bajó
la lámpara y vio el rostro joven y austeramente hermoso de Upagupta. «Perdóname,
joven asceta —dijo la mujer—, hazme la gracia de venirte a mi casa. El sucio
suelo no es lecho para ti». Upagupta
respondió: «Mujer, tú sigue tu camino; que ya iré yo a buscarte cuando
llegue la hora». De
repente, un relámpago hizo que la noche enseñara sus dientes. Gruñó la
tempestad desde un rincón del cielo, y la mujer tembló de miedo. Las
ramas de los árboles que bordeaban el camino estaban doloridas por el peso de
tanta flor. De lo lejos llegaban flotando en el aire cálido de la primavera las
notas alegres de la flauta. Todo el gentío se había ido a los bosques, a
celebrar la fiesta de las flores. Desde lo alto del cielo, la luna llena
observaba las sombras del pueblo silencioso. Upagupta
paseaba por la calle solitaria, mientras por encima de él los cucos enamorados
lanzaban desde las ramas del mango su queja desvelada. Atravesó las puertas de
la ciudad y se detuvo en la base del terraplén. ¿Quién
era aquella mujer tendida a sus pies a la sombra de la muralla, abatida por la
peste negra, con el cuerpo cubierto de llagas, que habían arrojado a toda prisa
de la ciudad? El
asceta se sentó a su lado, colocó en sus rodillas su cabeza, humedeció con
agua sus labios y untó de bálsamo su cuerpo. «¿Quién
eres, que así te compadeces?», preguntó la mujer. «Ha
llegado por fin la hora en que debía visitarte, y aquí me tienes a tu lado»,
le contestó el joven asceta. SENTENCIAS Ø
Probablemente
lo que hagamos solamente sea una gota en el océano. Pero, si no lo hacemos, al
océano le faltaría nuestra gota. (MADRE
TERESA DE CALCUTA) Ø
Le
dije al almendro: «Hermano,
háblame del amor» ...Y
el almendro floreció. Ø
Amar
es querer tanto al otro y contar también con su amor tan total, que los dos
tengamos la certeza de que nuestro amor continuará pase lo que pase y ocurra lo
que ocurra, aunque lo que ocurra sea un fallo de cualquiera de los dos. Ø
Quien
salva una sola vida es como si hubiera salvado todo el mundo; quien destruye una
sola vida es como si hubiera destruido a todo el mundo. (TALMUD) Ø
El
amor es la fuerza más humilde, pero la más poderosa de que dispone el mundo. (GANDHI) Ø
Así
como una madre protege y vigila hasta con su vida a su único hijo, así, con un
pensamiento ilimitado, hay que sentir amor y compasión por todos los seres
vivientes, amar al mundo en su totalidad, sin limitación alguna, con bondad
benevolente e infinita. Esta es la suprema manera de vivir. (BUDA) Ø
Allí
donde hay un gran amor, allí ocurren siempre grandes milagros. (MADRE
TERESA DE CALCUTA) Ø
La
medida del amor es amar sin medida. (SAN
AGUSTÍN) Ø
Mi vida forma un todo indisoluble: un mismo vínculo es el que enlaza todas mis
acciones. Todas ellas tienen su fuente en un amor inextinguible a la humanidad.
Mi alma rechazará todo descanso mientras asista impotente a un solo sufrimiento
o a una sola injusticia. (GANDHI) Ø
Al
final del camino me dirán: «¿Has vivido? ¿Has amado?» Y
yo, sin decir nada, abriré el corazón lleno de nombres. (PEDRO CASALDÁLIGA)
Ø
A la hora de la muerte no
seremos juzgados según el número de obras de mérito que hayamos realizado, ni
por el número de diplomas que hayamos cosechado a lo largo de nuestra vida:
seremos juzgados por el amor que hemos puesto en nuestras obras y gestos. (MADRE
TERESA DE CALCUTA) Ø
Amad y haced lo que queráis,
porque quien posee el amor todo lo posee. (SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE) Ø
Un día, en el desierto,
creí ver un animal. Al aproximarme, vi que era un hombre. Al aproximarme más,
vi que era mi hermano. (PROVERBIO AFRICANO) Ø
Pero,
¿dónde comienza el amor?: en casa. No podemos dar lo que no tenemos. Debemos
amar a los que tenemos más cerca, en nuestra propia familia. De allí el amor
se expande hacia quienquiera que nos necesite. Debemos
tratar de descubrir a los pobres de nuestro propio entorno, porque sólo si los
conocemos podemos comprenderlos y ofrecerles nuestro amor. Y
sólo cuando los amamos, nos sentimos dispuestos a ofrecerles nuestro servicio
de amor. (MADRE
TERESA DE CALCUTA) Ø
Dormí y soñé que la
vida era alegría; desperté y vi que la vida era servicio; serví y descubrí
que en el servicio se encuentra la alegría. (RABINDRANATH TAGORE) Ø
Haz siempre buenas
acciones. Sirve, ama, da. Haz felices a otros. Disfruta sirviendo a otros. Así
cosecharás felicidad. Te verás rodeado de circunstancias y oportunidades
favorables. Quien difunda felicidad obtendrá siempre circunstancias favorables
que le produzcan a él mismo felicidad. Un carácter malo puede transformarse en
uno bueno, manteniendo pensamientos buenos. Y las circunstancias desfavorables
pueden cambiarse en circunstancias favorables realizando acciones buenas. (SWAMI
SIVANANDA) Ø
Amad a vuestros enemigos
y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre
celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre
justos e injustos. (Mt 5,44-45) Ø
Amar significa colocar la
propia felicidad en la felicidad de los otros. (PIERRE TEILHARD DE CHARDIN) Ø
Quiéreme cuando menos lo
merezca, porque será cuando más lo necesite. (DOCTOR JEKILL) Ø
Amar
es querer a la otra persona tal como la ha pensado Dios. (FEDOR DOSTOIEVSKY) Ø
¿Cuáles son las
barreras que el amor no consigue derribar? (GANDHI) Ø
Dios nos ha dado un solo
camino para la vida, y es el amor; un único camino para la felicidad, y es el
amor; y un solo camino de perfección, y es también el amor. (HIGINIO
UGO TARCHETTTI) Ø
El amor lo transforma
todo, hasta los actos más vulgares... Por vulgares que sean, por fáciles, por
humildes, hechos por amor, son actos sobrenaturales. (P. BERNADOT) Ø
Existe más hambre de
amor y aprecio en este mundo que de pan. (MADRE TERESA DE CALCUTA) Ø
Los seres humanos sufren
por falta de amor. (ERICH
FROMM)
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