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Capítulo
III Yehudah
Ish-Kerioth (יהודה
איש־קריות)
¿Un
pobre discípulo incomprendido? «Y
Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, quien era uno de los Doce»
(Lucas 22:3) Aparte
de acometer a Jesús en Getsemaní tentándole para que desistiera de
seguir adelante con su misión, la tradición afirma que Satanás también
intervino en el RP por vías indirectas, suscitando enemigos en contra
de Jesús que llevaron a cabo una verdadera conspiración contra Él,
cuyo resultado final fue el Gólgota. En esa constelación de personajes
que protagonizaron negativamente la pasión de Jesús ocupa un lugar
descollante la figura de Judas, por ser el desencadenante inmediato del
drama. Como
es normal en la corriente de los críticos ―siempre tan amigos de
interpretar personajes y episodios considerándolos símbolos, metáforas,
alegorías, mitos o «profecías historizadas»― algunos autores
consideran prototípico el personaje de Judas, argumentando que fue
inventado para personificar en alguien la culpabilidad del pueblo judío
en la muerte de Jesús ―como si con los líderes sanedritas no
fuera suficiente. Otros
expertos, no pudiendo negar la continuidad de la secuencia de la Pasión
a partir de la traición de Judas, alegan ―en un difícil escorzo
académico―, que tal denuncia fue una invención de los
evangelistas para que Jesús fuera más digno de compasión por los
oyentes de los relatos evangélicos y aumentara así la piedad y
mansedumbre de su figura al ser traicionado por uno de sus doce apóstoles.
Preguntémonos por qué valoraron en tan poco la vida de Jesús los
evangelistas si hubieran inventado la historia, poniéndole a Jesús el
precio de un esclavo ―30 monedas de plata―, cuando el frasco
que arrojó Magdalena a sus pies ―lo cual provocó la protesta
airada de Judas― valía unas 10 veces más que el Maestro. Si la
historia no fuera verídica, el valor que le hubieran asignado a Jesús
hubiera sido mucho más elevado. La
especialidad de otros eruditos críticos es escudriñar en los recovecos
del AT a la búsqueda de textos que relaten hechos parecidos a los del
RP, a los que entonces considerarán automáticamente meras «profecías
historizadas». Un
ejemplo de esta tendencia crítica que pretende ver profecías
veterotestamentarias en muchos episodios del RP es el de Vielhauer, para
quien Judas fue una creación de la Iglesia primitiva a partir de profecías
del AT. En
el caso de Judas, estos textos «proféticos» son: ·
«Aun el hombre de mi paz, en quien yo confiaba, el que de mi pan
comía, alzó contra mí el calcañar» (Salmo 41:9, ver su cumplimiento
en Mateo 26:14; 48-49). ·
«Y les dije: “Si
os parece bien, dadme mi salario; y si no, dejadlo”. Y pesaron por mi
salario treinta piezas de plata. Y me dijo Jehová: “Échalo al
tesoro; ¡hermoso precio con que Me han apreciado!” Y tomé las
treinta piezas de plata y las eché en la casa de Jehová al tesoro»
(Zacarías 11:12-13, ver Mateo 27:3-5 para su cumplimiento). En
su monumental obra Jesús: un judío
marginal, John Meier rebate esta manía de las «profecías
historizadas» con una argumentación basada en lo que él llama el «criterio
de dificultad», que precisamente aplica a la supuesta creación de
Judas a través de una de estas profecías: «El criterio de dificultad
entra también claramente en juego, pues no hay razón aparente para la
invención de una tradición tan incómoda como la traición de Judas,
uno de los Doce que Jesús había escogido.
¿Por
qué se habría molestado la Iglesia en crear una historia cuya
justificación le iba a costar inmediatamente el doble de esfuerzo? Esto
es algo que desafía toda lógica. Cabe pensar, entonces, que, al igual
que la muerte de Jesús, la traición de Judas, un miembro del círculo
íntimo de los Doce, era un embarazoso hecho histórico que exigía una
explicación, y se recurrió a textos del AT para hacerlo menos
desconcertante […] Debemos admitir en el caso de Judas que, para ver
una relación con este personaje en la mayor parte de los textos
escriturísticos citados, es preciso emplear mucha imaginación. Tenemos
aquí, pues, un buen ejemplo de aplicación del criterio de dificultad.
En situación incómoda por la escandalosa realidad de la traición
―una infamia demasiado conocida para ser negada―, la Iglesia
se esforzaba por encontrar en el AT textos que presentar como profecías
de ese desdichado episodio. Pero, considerado en sí, ninguno de los
textos citados podría haber suscitado la idea de la traición de Jesús
por uno de los Doce» [1]. Para
decirlo en pocas propias palabras, «el elemento escandaloso induce a
recurrir a textos de la Escritura, y no al revés», y esa misma
conclusión cabe aplicar a todos aquellos episodios a los que se acusa
de haber sido inventados para que se cumpliesen las Escrituras.
Las
corrientes de opinión más modernas no llegan a negar la autenticidad
de Judas, pero reinterpretan su figura desde un enfoque menos negativo,
en cierto modo «desagraviándole» por la ingrata tarea que se le había
encomendado, y de la que es un simple ejecutor casi «a la fuerza»: «Durante
las últimas décadas, escritores modernos con un marcado sentido de los
derechos civiles y de la justicia social han protestado contra la
demonización de Judas. No contentos con este exorcismo exegético,
algunos han tratado incluso de rehabilitarlo como un pobre discípulo
incomprendido. Aún aplaudiendo la caridad cristiana de tales autores,
debemos ser críticamente conscientes de que para ofrecer una imagen
favorable de Judas hace falta tanta imaginación como para tratarlo con
tono siniestro: los dos escuetos datos enunciados al principio son casi
todo lo que sabemos del Judas histórico. Más allá de ellos está la
especulación teológica, con una línea divisoria entre ambas no
siempre fácil de distinguir» [2]. En esta corriente moderna que pretendía rehabilitar a Judas ha influido el reciente descubrimiento del apócrifo Evangelio de Judas, que apareció en los medios de comunicación en abril del año 2006. Hallado en Egipto en 1978, su texto es un relato de unas 250 líneas, compuesto probablemente entre los años 130-150 d.C. A pesar del sensacionalismo de este descubrimiento, los especialistas ya conocían la existencia de este Evangelio apócrifo, que aparece mencionado por San Ireneo de Lyon en su obra Contra los herejes, escrita alrededor del año 180. San Ireneo asegura que el verdadero inspirador y quizá autor del Evangelio fue Simón el Mago, que quiso comprar el secreto de hacer milagros a los apóstoles. Simón y su grupo seguidor, los cainitas, eran de creencias gnósticas. Esta secta estaba formada por un grupo de fieles seguidores de Judas, quienes le justificaban argumentando que gracias a él y a su denuncia se completó la salvación de la humanidad con el sacrificio de Jesús. A
partir de esta creencia, la figura del considerado apóstol maldito o
traidor queda rehabilitada, al presentarle como el verdadero discípulo
amado de Jesús, como el único al que reveló sus planes secretos de
dejarse crucificar para redimir al mundo, lo que le llevaría a ser el
único que de verdad creería en la misión salvífica de Jesús. Aunque está bastante deteriorado en algunas partes, las transcripciones comienzan con unas charlas de Jesús con sus discípulos tres días antes de la Pascua escritas en tercera persona, apareciendo Judas como el discípulo amado, por lo que le tocó cumplir con el mandato desagradable que ninguno de los otros apóstoles, desconocedores de la verdadera misión de Jesús, quiso hacer: delatarle ante el Sanedrín para que pudiera llevar a cabo su plan redentor del hombre. «Tú serás el decimotercero, y serás maldito por generaciones, y vendrás para reinar sobre ellos» (página 47 del manuscrito). Incluso se llega a decir en este texto apócrifo que fue Jesús quien pidió a Judas que le traicionara: «Tú los superarás a todos ellos. Porque tú sacrificarás el hombre que Me cubre [...] La estrella que indica el camino es tu estrella» (n. 56-57). No es difícil ver en esta idea una proyección del docetismo tan querido a los gnósticos, corriente filosófica que denuncia la existencia corporal como negativa, y propugna que el cuerpo es una tara de la que el espíritu debe despojarse para alcanzar su realización más genuina. Abundando
en esta interpretación atípica de Judas, los cainitas llegaron incluso a afirmar que
Judas pudo ser el discípulo amado, el que, aun sabiendo que pasaría a
la historia como el traidor, no
dejó por eso de cumplir con un papel ingrato, pero fundamental para la
historia de la salvación y redención humana al traicionar a Jesús,
pues sin su sangre el mensaje de salvación que había venido a traer al
mundo no hubiera tenido efecto, ya que éste exigía derramar la sangre
de una víctima inocente, la del Hijo de Dios. Al
socaire de esta teoría cainita han surgido en la actualidad
especulaciones que apuntan a rehabilitar al discípulo traidor,
argumentando que no fue tan malo como lo describen los relatos canónicos
―que no fue «tan Judas», para decirlo con palabras de José
Manuel Vidal [3]―
ni como lo anatematiza la tradición posterior, ya que Jesús le conocía
perfectamente y confiaba en él, pues desempeñó correctamente su cargo
de tesorero del grupo apostólico, con lo cual no se le puede acusar de
codicia ni avaricia. La
muerte tenía un precio Pero
el gran enigma que plantea Judas no es la incertidumbre sobre su
existencia ―de la que no es posible dudar―, sino descubrir
los auténticos motivos por los que traicionó a su Maestro: ¿por qué
Judas entregó a Jesús? La respuesta a este interrogante ha originado
un maremágnum de teorías, las cuales nos permiten, a día de hoy,
decir que no tenemos la certeza absoluta del motivo de su traición, ya
que sólo
tenemos dos datos básicos sobre él: que fue elegido para formar parte
del grupo de los Doce, y que traicionó a Jesús. Con esta escasez de
datos es muy complicado elaborar explicaciones sobre las motivaciones de
su comportamiento, pero las fuentes evangélicas señalan la codicia
como la causa preponderante: ·
Marcos no explica ningún motivo para la delación de Judas, ya
que solamente menciona el dinero en 14:10-11 después de su ofrecimiento
a los sacerdotes para entregar a Jesús. ·
En Mateo 26:15 sí aparece la codicia como el motivo de la traición:
«Y
les dijo: “¿Qué Me queréis dar, y yo os lo entregaré?” Y ellos
le asignaron treinta piezas de plata».
·
Juan también le acusa de avaricioso a raíz del incidente de la
unción en Betania (Jn 12:4-6), pero no especifica claramente los
motivos de su traición. Realmente,
de las citas anteriores se llega a la conclusión de que achacar a Judas
la codicia como motivo de su delación solamente lo encontramos en
Mateo, probablemente por su empeño en demostrar que en Jesús se
cumplen todas las Escrituras, en este caso la profecía de Zacarías ya
comentado anteriormente. Marcos da a entender, por el contrario, que la
entrega de Jesús fue gratuita, y que las 30 monedas de plata fueron
simplemente una recompensa que el Sanedrín le dio por propia
iniciativa. En
lo que sí coinciden los textos canónicos es en presentar a Judas como
avaricioso, y basándose en esta imagen la
tradición antigua siempre ha visto como el leivmotiv
de la traición la codicia. Hoy día, sin embargo, esto tiende a
desecharse cada vez más, pues no es lógico que precisamente el
tesorero del grupo, que podía fácilmente haberse apropiado de
cantidades más elevadas de dinero en sus años de ejercicio, sucumba a
la tentación de entregar a su Maestro por una cantidad poco importante
de dinero ―dinero que acabó arrojando al suelo del Templo, para más
inri―. Ya hemos indicado
más arriba que, según todos los indicios, desempeñó su tesorería de
modo eficiente, tarea para la que contó
con el beneplácito y la total confianza del grupo.
En
cuanto a su rencor en el episodio de la unción en Betania, los otros
discípulos también debieron mostrar su desaprobación.
Por otra parte, la devolución de las monedas al Templo echa por tierra
el afán de usura que se le atribuye. Le
dieron lo usual en estos casos de delación. Aunque
el RP solamente dice que las monedas eran de plata, sin especificar su
naturaleza, lo más normal es que esa cantidad se midiera en siclos, la
base del sistema monetario judío. Al cambio, esa suma ― lo que
hoy serían unos 70 dólares― era lo que valía la vida de un
esclavo barato (Éxodo 21:32). El
porqué se tasó el precio de la traición en 30 monedas es obvio:
asimilaban la condición supuesta de la realeza de Jesús, de ser Hijo
de Dios, a valer lo mismo que un esclavo, lo que suponía una humillación
y un desprecio. Como ya expusimos más arriba, es la cantidad que el
pueblo impío pagó a Zacarías por su labor de pastor (Zac 11:12-13), síntoma
del poco valor que le daban al mismo Dios, cuando consideraban en tan
poca estima a uno de sus representantes. Era también el precio a pagar
por el dueño de alguna res que matara accidentalmente al esclavo de
otro propietario. Fundamentándose
en estas consideraciones, algunos han querido ver en este hecho un
significado simbólico, interpretando que esas monedas supusieron que
Jesús nos rescató de la esclavitud del pecado y del dominio de Satanás.
Hoy
las líneas de investigación parecen inclinarse más por negar la
realidad de las 30 monedas, objetando que los evangelistas parecen
citarlas como prueba de que las Escrituras se cumplían en Él ―el
ya comentado texto de Zacarías―, afirmando así con mayor firmeza
su condición de Mesías. Es decir, que ya estamos enredados en otra «profecía
historizada». Realmente, si el pago de recompensas era una costumbre
establecida para estos casos, y la cuantía fijada por la tradición era
de 30 monedas de plata, no hay ninguna base lógica para negar este
episodio evangélico, basado más en el protocolo que en la profecía. Las
reflexiones sobre los motivos de su traición deben dirigirse más
propiamente hacia la figura extraña y desarraigada de Judas, único judío
entre galileos, posiblemente nacionalista radical convencido de que Jesús,
más tarde o más temprano, protagonizaría una revuelta popular contra
la corrupción de los sacerdotes y, por ende, contra la tiranía de Roma
apoyada por aquélla. Probablemente creería que, si Jesús llegaba a
ser Rey terrenal de los judíos, él ocuparía un puesto importante a su
lado ―cosa que, por lo demás, pensaban muchos de los discípulos.
El
interés de los especialistas está claramente decantado por conceder
mayor credibilidad a consideraciones sociopolíticas,
subrayando como
motivación principal de su delación la decepción al comprobar que la
idea de Jesús no tenía nada que ver con un nacionalismo real ni con
una rebelión armada que liberara al pueblo judío. Tal es la opinión
del historiador francés Jean-Claude
Barreau, que etiquetaba a Judas dentro del movimiento zelote, el cual
decidió su traición al comprobar que su plan era una pura quimera. De
ninguna manera, según Barreau, puede considerarse que el motivo de la
traición fueran los treinta denarios, como dice Mateo. Judas
esperó pacientemente el cumplimiento de sus expectativas mesiánicas en
la persona de Jesús, pero ese momento parecía no llegar nunca. Se sentía,
pues, defraudado por unas esperanzas que nunca se cumplían. Tras la
mala imagen que dio su reacción ante la Magdalena, se decidió
―harto de esperar un pronunciamiento claro y rotundo de Jesús en
la línea de sus aspiraciones― a dar un arriesgado paso adelante,
que consistía en obligar a Jesús a tomar partido, poniéndole en una
situación de vida o muerte, en la que no tuviera más que dos opciones:
o proclamaba su derecho real al trono de Judea encabezando una revuelta
radical nacionalista que acabara con la opresión romana, o acababa
muriendo en la cruz por sedición. Como
sostiene el biblista Xavier Léon Dufour, «Judas pudo pensar, como los
otros discípulos, que el Reino iba a establecerse por un acontecimiento
fulminante. Con una lógica radical, en vista de que Jesús se obstina
en abstenerse de toda intervención espectacular, Judas pasa a la acción,
a fin de acelerar los acontecimientos. Al entregar a su Maestro a las
autoridades del Templo, ¿no lo introducía en la fortaleza de sus
adversarios, cual Sansón en el Templo de los filisteos? Y Yahvé, con
su poder, daría un golpe de efecto para liberar e imponer su Mesías.
Pero la estratagema fracasa: no se produce nada de eso y Jesús es
condenado a muerte» [4]. Parece
estar fuera de toda duda que lo último que pretendía Judas era la
muerte de Jesús. Si le entregó fue porque creyó que, una vez
apresado, mostraría su poder, y que era necesaria su detención para
instaurar su Reino en la Tierra, algo que sí se consiguió, pero no de
la forma que él esperaba. No olvidemos que Judas quizá era el discípulo
que mejor entendía a Jesús por sus expectativas intelectuales, lejos
de la visceralidad de Pedro y la mentalidad provinciana de los demás apóstoles.
Tampoco
se puede sostener que Judas incurrió en su traición por odio hacia Jesús,
decepcionado con su actitud de no querer encabezar la pretensión mesiánica
del pueblo judío, ya que, si de verdad odiaba a Jesús, debía haber
celebrado efusivamente su arresto, cosa que no sólo no hizo, sino que
corrió presto a colgarse de un árbol en un desolado barranco a las
afueras de Jerusalén. Pero
junto a estas causas «económicas» y políticas de la traición de
Judas, creemos necesario reflexionar sobre otro tipo de motivaciones,
aportadas por la tradición, la cual llama la atención sobre una causa
fundamental que subyace en el episodio trágico de la deserción y
traición de Judas: la participación de Satanás en la dramática
conversión en traidor de un apóstol del grupo de los Doce, y en su trágico
suicidio. Esta tradición también está avalada por los textos canónicos,
en los que Judas es calificado como un «diablo» al servicio de los
intentos homicidas de Satanás, ladrón e infiel: ·
«“¿No
he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es Diablo?”
Hablaba de Judas Iscariote, hijo de Simón, porque éste era el que le
iba a entregar, y era uno de los doce»
(Juan 6:70-71). ·
«Y
cuando cenaban, como el Diablo ya había puesto en el corazón de Judas
Iscariote, hijo de Simón, que le entregase» (Juan
13:2). ·
«Respondió Jesús: “A quien Yo diere el pan mojado, aquél
es”. Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote, el hijo de Simón. Y
tras el bocado, Satanás entró en él. Entonces Jesús le dijo:
“Lo que vas a hacer, hazlo pronto”» (Juan 13:26-27) Es
en Lucas y en Juan donde aparece más clara la «posesión satánica»
de Judas: «Para Lucas, la motivación de Judas no es humana, sino demoníaca:
más que en la codicia, tiene su origen en la influencia satánica. De
ahí el comienzo de la perícopa lucana: “Satanás entró en Judas…
Y [Judas] fue a tratar con los sumos sacerdotes…” Al presentar esta
motivación, Lucas podría haberse servido de alguna tradición
especial, puesto que la misma motivación se ofrece independientemente
en el Evangelio de Juan, junto
con su explicación, más de este mundo, de que Judas era un ladrón
(Juan 13:2,27) [casi las mismas palabras de Lucas 22:3]; cf. 6:70-71). El motivo mateano de la codicia y el lucano de la
posesión diabólica se entrelazan, pues, en Juan» [5]. Los
videntes también atribuyen el papel de instigador a Satanás. En
su libro Mística ciudad de Dios, la vidente sor María de Ágreda explica
que tras la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén hubo un conciliábulo
de demonios en el infierno, presidido por Lucifer, para determinar qué
harían con la amenaza de Jesús. En su alocución, expone la conspiración
que desarrollarán para acabar con la amenaza de Jesús, instigando con
energías negativas y seduciendo con fuerzas malignas las voluntades y
las conductas de los personajes con poder para decidir el destino de Jesús,
en el que destaca especialmente el protagonismo de Judas: «Ahora
tengo la materia mejor dispuesta con su discípulo y nuestro amigo
Judas, porque le he arrojado al corazón una sugestión de que venda y
entregue a su Maestro a los fariseos, a los cuales tengo también
prevenidos con furiosa envidia, que sin duda le darán la muerte muy
cruel, como lo desean» [6]. El
factor tiempo ¿Cómo
se desarrolló la secuencia de acontecimientos en esa noche del jueves 6
de abril del año 30? En la Última Cena Judas estaba
sentado junto a Jesús en un lugar de honor. Los Evangelios nos relatan
que Jesús le señaló públicamente como el traidor que le delataría
esa misma noche, siendo llamativa a este respecto la pasividad del resto
de los discípulos, que parecen no entender nada de lo que está
ocurriendo. Judas salió apresuradamente del Cenáculo y procedió a
delatarle ante el Sanedrín, sin que nadie intentara detenerle.
La
explicación sobre la que hay más consenso es que creyeron que salía
para hacer un encargo que le había ordenado Jesús. Sin embargo, es
mucho más lógico suponer que la precipitada salida de Judas del cenáculo
obedeció a su definitiva toma de conciencia de que sus expectativas
mesiánicas sobre Jesús iban a quedar defraudadas una vez más, al
comprobar que Jesús hablaba resignadamente de su futura Pasión y
muerte, las cuales vaticinaba como inevitables ―y, es más,
aparentemente queridas por Él―, adoptando el papel de cordero
listo para el sacrificio. Esta
convicción tuvo que provocarle una decepción y una ofuscación tan
fuerte ―hoy la podríamos considerar como una enajenación mental
pasajera―, que le impulsó a buscar desesperadamente una salida al
dilema. Fue así como llegó a la decisión de delatarle, con el fin de
obligarle, al ponerle en una situación límite en que peligraba su
vida, a manifestar todo su poder y establecer el Reino de Dios aquí en
Jerusalén y después a todo Israel, llegando a la conclusión de que
ese momento de debilidad de Jesús era el adecuado para comenzar todo el
plan. Llegados
a este momento, nos encontramos ante un enigma que se plantea
paralelamente al misterio de por qué Judas traicionó a Jesús, enigma
que podría formularse con la siguiente pregunta:
¿Por qué necesitaba el Sanedrín a Judas para arrestar a Jesús? ¿Qué
podía ofrecer este discípulo a los líderes judíos que éstos no
pudieran conseguir debido a sus prerrogativas oficiales? Esta misma
pregunta se la hizo Frank Morrison en su libro ¿Quién movió la
piedra? [7],
concluyendo la investigación de este misterio con una respuesta que
aporta una interpretación muy original, la cual exponemos resumidamente
a continuación. Para
Morrison, un detalle importantísimo en el RP es tener en cuenta el
factor tiempo, ya que la secuencia temporal de sus episodios es muy
importante a la hora de esclarecer las auténticas motivaciones de sus
protagonistas. Especialmente relevante es este factor en lo que respecta
al arresto de Jesús, que presenta particularidades temporales bastante
enigmáticas. Empieza
llamando la atención sobre el hecho evidente de que no podemos
considerar que Judas fuera un informador corriente, un chivato,
dispuesto a llevar a los sanedritas al escondite secreto de Jesús por
una cantidad de dinero, puesto que Jesús no se escondió en absoluto
durante esos días: se alojaba en la casa sus amigos de Betania,
personas bastante conocidas, e iba a enseñar al Templo abiertamente.
Incluso el campamento que tenía con sus discípulos en Getsemaní era
del dominio público, pues en la Jerusalén llena de peregrinos habría
bastantes más acampados en el monte de los Olivos, que podían informar
perfectamente a las autoridades del Sanedrín. Resultaría absurdo
suponer que éstas no sabían dónde se hospedaba Jesús, por lo cual
llama la atención que no fueran a prenderle cualquier noche a la casa
de Betania donde se alojaba. Ante este sorprendente hecho, cabe
preguntarse por qué no lo hicieron, y por qué tuvieron necesidad de la
ayuda de Judas. La
respuesta convencional a ese interrogante es decir que no lo hicieron
por temor al pueblo, pero esta afirmación no es convincente, ya que había
muchos lugares apartados y tranquilos donde podían haber efectuado el
arresto, sin temer una revuelta popular. Estamos plenamente de acuerdo
con Morrison cuando aporta la clave esencial que desde su punto de vista
explica las causas de este extraño comportamiento de los dirigentes judíos,
los cuales tenían otro miedo mucho más profundo: el temor al propio
Cristo. Los
líderes judíos sentían evidentemente un grave temor supersticioso a
la aureola de poder y misterio que emanaba de Jesús, cuyos dones
sobrenaturales no ponían en duda, aunque los atribuyeran a Belcebú, y
le acusaran de ser un mago y hechicero coaligado con el príncipe de las
tinieblas. Somos de la opinión de que el acontecimiento que motivó la
decisión definitiva de prender a Jesús no fue su pretendido ataque al
Templo ―que, como demostraremos más adelante, realmente no existió―,
sino el tremendo alboroto que originó la asombrosa resurrección de Lázaro.
¿Por qué? Porque era la prueba definitiva de que los poderes de aquel
Galileo estaban muy por encima de lo normal, y podían excitar al pueblo
hasta un paroxismo revolucionario peligroso para la casta sacerdotal.
Creemos que, si Jesús no fue detenido antes, fue por miedo a su reacción,
más que por temor a la respuesta del pueblo que le seguía. ¿Qué
ocurrió, entonces, el jueves por la noche, para que, por fin, los
sanedritas se decidieran a dar el paso de arrestar a Jesús? ¿Tuvo
acaso algo que ver Judas en la manera en que se precipitaron los
acontecimientos? ¿Radicará en esto su auténtica función, su «trabajo»
de traidor? Como
señala Morrison, el factor tiempo es la clave para descubrir el auténtico
servicio que Judas prestó al Sanedrín con el fin de facilitarles el
arresto de su Maestro: «Si el arresto de Jesús hubiera tenido lugar
poco tiempo después de llegar al huerto, hubiéramos podido imaginar
legítimamente que la parte de Judas en el pacto se limitaba a poner
sobre aviso a las autoridades a fin de que supieran dónde encontrarle a
última hora del jueves por la noche, y acompañar al grupo que arrestaría
a Jesús con el objetivo de identificarle. Esta suposición presupone
que fue un plan deliberado, en los planes de los dirigentes, efectuar el
arresto durante la última noche antes de la fiesta, a fin de conceder
la mínima oportunidad a una reacción popular» [8]. En
efecto, un rápido arresto de Jesús habría demostrado que el Sanedrín
tenía ya preparada toda la logística del prendimiento, y esto supondría
que ya tenían marcada en el calendario la noche del jueves para
llevarlo a cabo. Desde ese punto de vista, la información de Judas se
referiría solamente al lugar donde hacerlo. Pero ya hemos demostrado
que esto no le suponía al Sanedrín ningún problema, porque eran del
dominio público los lugares por los que Jesús se movió durante esa
semana de Pascua.
Mas
todos sabemos que los hechos no sucedieron así, ya que, desde que Jesús
y sus discípulos abandonaron el Cenáculo ―sobre las nueve de la
noche―, hasta que Jesús fue arrestado ―cerca de las
12― transcurrieron tres horas, hecho totalmente inexplicable dada
la cercanía del lugar de la Última Cena al Templo y a Getsemaní. En
esas tres horas, Jesús tuvo tiempo de despertar tres veces a sus discípulos,
que estarían dormidos debido a lo avanzado de la noche. Ese
considerable lapso de tiempo nos da entender que el arresto de Jesús no
estaba preparado ni organizado en absoluto para esa noche, sino que más
bien ocurrió algo sorprendente e imprevisto que aceleró la decisión
de prender a Jesús, y que en esto tuvo mucho que ver Judas después de
su precipitado abandono del Cenáculo. Algo ocurrió allí para que
Judas decidiera hacer una visita a los líderes del Sanedrín, una
visita que éstos no esperaban, y que les pilló por sorpresa. El discípulo
traidor muy posiblemente les llevó una información crucial que motivó
la rápida movilización del Sanedrín para detener a su enemigo. Sin
embargo, estos preparativos, al no estar previstos, consumieron bastante
tiempo: había que avisar a los miembros del Sanedrín, preparar las
citaciones legales, convocar a los testigos, reunir a la guardia del
Templo, avisar a Pilatos,
reclutar a los soldados romanos… en fin, todo un conjunto de trámites
cuya ejecución era necesaria para que, cuando estuviesen dispuestos
todos los participantes, se pudiese actuar conjuntamente y con la mayor
celeridad posible. Una vez que todas las piezas del prendimiento y el
juicio estuvieron dispuestas, se procedió a la realización de todo el
dispositivo, el de seguridad y el legal. Cuando estuvo confirmado el último
de los requisitos, la presencia de Pilatos, se dio la orden para la
detención y toda la maquinaria se puso en marcha: era
casi la madrugada del viernes. ¿Qué
acontecimiento esencial sucedió en el cenáculo y motivó la salida de
Judas hacia el Templo? Morrison lo explica así: «Cuando Judas dejó el
aposento alto para llevar a cabo una misión aparentemente inocente, sabía
dos cosas con toda seguridad: sabía que Jesús iba a ir al huerto de
Getsemaní, y sabía que su espíritu se inclinaba ya hacia la cruz.
Esos dos factores que casualmente se dieron juntos fueron su gran
oportunidad y su suprema tentación […] El impedimento había
desaparecido, y al menos por esa noche Jesús no opondría resistencia a
ser arrestado, pues le dominaba el talante para dejarse arrestar. Sólo
quedaba, por tanto, dar las noticias rápidamente para que se lograsen
sus propósitos» [9]. Así
pues, la actitud resignada de Jesús ante el destino que le aguardaba,
su seguridad en el hecho de que la cruz era inevitable, su decisión de
no ofrecer resistencia a ella convencieron a Judas de que era ahora o
nunca. Al llevar esa información al Sanedrín, los líderes judíos
tomaron conciencia de que sus temores respecto a Jesús, su miedo cerval
y supersticioso a que realizara prodigios y milagros en su contra en el
caso de que intentaran prenderle, al menos aquella noche no se harían
realidad, por lo cual se hacía imprescindible aprovechar esa magnífica
ocasión para deshacerse de Él. Ésta fue la información vital que
Judas les aportó. Esta fue su verdadera traición: descubrir a sus
enemigos la debilidad de su Maestro. Pero
cuando la guardia encargada de prender a Jesús llegó al cenáculo, Jesús
y los apóstoles ya no estaban, ante lo cual supuso que habrían ido al
Huerto de los Olivos, en Getsemaní. Esto suponía un serio
contratiempo, ya que en las laderas del monte de los Olivos había mucha
gente acampada, entre las cual había simpatizantes de Jesús, como muy
bien sabía Judas, que podrían ofrecer resistencia para intentar
defenderle. Por este motivo, Judas llevó a la guardia nuevamente al
Templo, con el fin de solicitar que se sumaran refuerzos. Podría
suponerse que una parte de ellos eran soldados romanos, que le fueron
concedidos por Pilatos al Sanedrín, pero ya tendremos ocasión de
demostrar más adelante que los acontecimientos no pudieron suceder de
esta forma. El
caso es que, entre idas y venidas, se echaba encima la madrugada, y se
acumuló un retraso considerable, que hay que sumar al provocado por la
improvisación de los preparativos del prendimiento. Si
aceptamos la tesis de Morrison, se nos plantea el problema de cómo
armonizar que Judas pretendiera forzar a Jesús a un pronunciamiento
mesiánico eligiendo para ello el momento en que su Maestro daba a
entender claramente que no opondría resistencia, que estaba resignado a
su suerte, vaticinando su muerte. Estas dos hipótesis parecen, pues,
incompatibles, a no ser que consideremos la posibilidad de que
precisamente Judas, tras tomar conciencia de que Jesús a iba mostrar
una actitud de mansedumbre y resignación contraria a sus expectativas,
en un escorzo arriesgadísimo, decidiera en una postura de fuerza
someterle a un peligro extremo para ver si de esta forma reconsideraba
su actitud y «despertaba». Pero
a nuestro entender la clave para resolver este problema podría estar en
el arrepentimiento que Judas mostró cuando vio que su Maestro sería
condenado a muerte. La devolución de las monedas pidiendo la liberación
de Jesús y su posterior suicidio hacen ver a las claras que algo que
tenía planeado falló, que el plan que tenía previsto de antemano había
fracasado. ¿Cuál pudo ser ese plan? Lo más lógico es suponer que su
expectativa era que Jesús iba a reaccionar por fin, asumiendo el
protagonismo mesiánico que Judas esperaba. Al venirse abajo su
esperanza, arrepentido, no encontró otra solución que quitarse la
vida. Aunque también es posible pensar que Judas no necesitó el
fracaso de sus planes para arrepentirse y suicidarse, ya que su
remordimiento pudo deberse, simplemente, a que recapacitó y se sintió
culpable de haber contribuido a la muerte de un inocente que, además,
había sido su Maestro. Como
vemos, estamos ante un misterio complejo ante el cual todas las
respuestas son posibles, hecho que le convierte prácticamente en
irresoluble, porque si partimos del hecho de que Judas se aprovechó del
momento de máxima debilidad de Jesús para denunciarle, con todo alevosía,
es difícilmente comprensible que unas horas después se ahorcase,
cuando todo había salido como él había previsto. A este respecto, una
posible explicación sería que, ante el cariz que estaban tomando los
acontecimientos debido a la actitud mansa y resignada de Jesús, viendo
Judas que también su vida ―como miembro de los Doce― estaba
en peligro por el inevitable fracaso de su Maestro, decidió convertirse
en traidor para «salvar el pellejo». La objeción a esta hipótesis es
obvia: quiere salvar la vida, pero, sin embargo, él mismo se la quita más
tarde.
Katafilein El
momento culminante del arresto fue el famoso beso que Judas dio a Jesús
para identificarle, hasta el punto que es su símbolo más explícito,
y ha pasado a la historia como expresión arquetípica de alguien que
defrauda a un íntimo amigo o colaborador próximo. Pero
preguntémonos si realmente la función de ese beso era señalar a Jesús
para que los esbirros le prendieran. «La
misión de Judas, según Mateo y Marcos, era la de señalar a Jesús en
medio del grupo de los discípulos para poderlo arrestar sin confundir
su persona con la de los otros. El beso del discípulo al Maestro sería
la señal para los esbirros que le acompañaban. Los Evangelios de Lucas
y de Juan, sin embargo, no le dan este significado al gesto de Judas: en
Juan es el propio Jesús el que se presenta al grupo que ha venido a
arrestarlo y se les entrega garantizando así la incolumidad de sus discípulos»
[10]. La
traducción exacta del griego
katafilein es «besar con afecto», lo que demuestra
que no existía el menor atisbo de odio o rencor hacia Jesús, sino que
más bien parece todo lo contrario. La costumbre judía era, además,
besar al rabí en la mano, no en la mejilla, por lo cual el beso de
Judas en el rostro de Jesús adquiere más connotaciones cariñosas. Por
otra parte, este beso era totalmente innecesario, ya que si su intención
era identificar a Jesús ante la turba que iba a prenderle hubiese
bastado con señalarle. Además,
¿realmente hacía falta que Judas identificara a Jesús, un personaje
suficientemente conocido por todos? Otro detalle que da a entender que
el beso posiblemente no fuera un acto traicionero, sino un detalle
afectuoso por parte del delator. Pero,
aparte de su valor novelesco ―casi diríamos cinematográfico―,
el beso de Judas señala el momento crucial de la primera fase del RP,
porque lo que sucedería a continuación mostraría decisivamente qué
actitud iba a tomar Jesús respecto a su Pasión. Por lo pronto, había
decidido no huir, sino afrontar la realidad de su detención, pero… ¿Qué
haría al encontrarse ante sus captores? ¿Se defendería? ¿Presentaría
algún tipo de resistencia? Quizá
Judas creyó que de inmediato se abrirían los cielos y las cohortes de
Jesús, en forma de un ejército de ángeles, bajarían con sus espadas
llameantes, acabarían con los soldados romanos y la guardia del Templo,
y después se encaminarían todos hacia el Sanedrín para hacerse con el
poder y luego hacia el Pretorio para derrocar a Pilatos. Todo son
conjeturas de lo que pasó por la mente lo Judas en aquel dramático
momento... Parecía esperar sin asomo de duda que se proclamaría la
divinidad de Jesús y a continuación se establecería su reino en la
Tierra, acabando con la dominación romana. Pero
nada de eso sucedió… Todo se
cumplió como Judas había planeado, salvo en una cosa, quizá la más
importante: la reacción de Jesús. Si en algún momento previo a la
Pasión Judas creyó que esta situación límite haría que Jesús
manifestara su proclamación como candidato al trono de Judea, enseguida
comprendió que eso no sucedería, que el Maestro no se defendería. Cuando
se llevaron a Jesús, atado como un criminal,
comprendió el gran error de cálculo que había cometido, y
se apresuró a ir al Sanedrín para dar marcha atrás en todo el
proceso, y angustiado suplicó que liberaran a Jesús. Comprendió su
grave error de no haber entendido nada del mensaje de Jesús, interpretándolo
de manera totalmente equivocada, suponiendo que Jesús iba a actuar como
él y otros seguidores y discípulos pensaban. Al
darse cuenta de su fracaso y de haber delatado a su Maestro, al
que amaba, la angustia, el
remordimiento, la culpa y la desesperación se hicieron insoportables en
su ánimo. Arrepentido y sintiendo que había fracasado en su empeño,
corrió al Templo y quiso deshacer el trato devolviendo las monedas,
pidiendo, suplicando a los sacerdotes que dejaran libre a Jesús, pero
los miembros del Sanedrín no aceptaron. Al
reírse de él los sacerdotes, huyó y llegó al barranco de la Gehenna,
lugar a las afueras de Jerusalén, lleno de inmundicias y escombros, un
vertedero de los de ahora. Desesperado, tomó su cinturón y
se colgó de un árbol. Cuando su cuerpo fue encontrado, aparecía
reventado, con las entrañas esparcidas por el suelo, quizá picoteado
por cuervos o aves carroñeras. La
vidente Anna Katalina Emmerich explica así el pavoroso diálogo interno
que llevó a Judas al suicidio:
«Después
de la recepción sacrílega del Sacramento, Satanás se apoderó de él,
y salió a concluir su crimen […] Lo vi correr como un insensato en el
valle de Hinnón. Satanás,
bajo una forma horrible, estaba a su lado, y le decía al oído, para
llevarle a la desesperación, ciertas maldiciones de los Profetas sobre
este valle, donde los judíos habían sacrificado sus hijos a los ídolos.
Parecía que todas sus palabras lo designaban, como por ejemplo:
“Saldrán y verán los cadáveres de los que han pecado contra mí,
cuyos gusanos no morirán, cuyo fuego no se apagará”. Después repetía
a sus oídos: “Caín ¿dónde está tu hermano Abel? ¿Qué has hecho?
Su sangre Me grita: eres maldito sobre la tierra, estás errante y
fugitivo”. Cuando llegó al torrente de Cedrón, y vio el monte de los
Olivos, empezó a temblar, volvió los ojos y oyó de nuevo estas
palabras: “Amigo mío, ¿qué vienes a hacer? ¡Judas, tú vendes al
Hijo del hombre con un beso!”. Penetrado de horror hasta el fondo de
su alma, llegó al pie de la montaña de los Escándalos, a un lugar
pantanoso, lleno de escombros y de inmundicias. El ruido de la ciudad
llegaba de cuando en cuando a sus oídos con más fuerza, y Satanás le
decía: “Ahora le llevan a la muerte; tú le has vendido; ¿sabes tú
lo que hay en la ley? El que vendiere un alma entre sus hermanos los
hijos de Israel, y recibiere el precio, debe ser castigado con la
muerte. ¡Acaba contigo, miserable, acaba!”. Entonces Judas,
desesperado, tomó su cinturón y se colgó de un árbol que crecía en
un bajo y que tenía muchas ramas. Cuando se hubo ahorcado, su cuerpo
reventó, y sus entrañas se esparcieron por el suelo» [11]. Partiendo
del final del Evangelio de Mateo, Orígenes elabora una teoría muy
curiosa sobre el suicidio de Judas: viene a decir que Judas se dio
muerte ¡con el fin de precipitar su encuentro con Jesús en el mundo de
los muertos para pedirle allí su perdón! Aunque
no menos curiosa y pintoresca es la hipótesis de Pietro Zullino, para
quien no hubo tal suicidio, ya que sostiene que ¡Judas fue asesinado
por los apóstoles y colgado cabeza abajo en una suerte de vendetta
mafiosa! (sic [1]
JOHN MEIER, Jesús:
un judío marginal, nueva visión del Jesús histórico, tomos
I-IV, Verbo Divino, Navarra, p. 163. [2]
Ibid., p.
206. [3]
JOSÉ MANUEL VIDAL, Judas
no fue tan Judas, http://www.elmundo.es
/cronica/ 2003/392/ 105091615
2.html [4]
Citado por JOSÉ MANUEL VIDAL, ibid. [5]
JOHN MEIER, op. cit., p. 206. [6]
SOR MARÍA DE ÁGREDA, op.
cit., Libro VI, cap.
8, p. 1130. [7]
FRANK MORRISON, ¿Quién movió la piedra?, Editorial Presencia, Bogotá (Colombia),
1977. [8]
Ibid.,
p. 35. [9]
Ibid.,
p. 39. [10]
RINALDO FABRIS, Jesús de Nazaret, historia e interpretación, Sígueme, Salamanca,
1985, p. 236. [11]
ANNA KATALINA EMMERICH, op. cit., II, 10; IX, 22.
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