A woman between saints, © by *nbknew

 ORAR CON

LA  PALABRA 

DE     LOS    SANTOS

 

Laureano J. Benítez Grande-Caballero

               

     Ed. Desclée de Brouwer, Bilbao  

 

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Capítulo 5

La zarza ardiendo: la oración

5.1     Respirando la misericordia (SAN BERNARDO)

Cuando nosotros pedimos alguna gracia a Dios, nos da lo que nos conviene o alguna cosa mejor de la que le pedimos. Dios permite muchas veces que padezcamos la tribulación para probar nuestra fidelidad y para que adelantemos en el espíritu.

A veces se pierde el fruto de la oración por el abatimiento del espíritu y un temor inmoderado. Esto sucede cuando el hombre de tal manera piensa en su propia indignidad, que no vuelve los ojos a la bondad de Dios, ni acierta a considerar que un abismo llama a otro abismo: o sea, el abismo luminoso al tenebroso, el abismo de la divina misericordia al abismo de nuestra miseria.

La oración debe proceder del afecto fervoroso, y no ser tibia. La oración tímida no penetra los cielos, deteniéndola el excesivo temor y haciendo que no sólo no suba lo alto, sino que ni pase adelante. La oración tibia en la misma subida desfallece, falta de calor y vigor para subir. Mas la oración fiel, humilde y fervorosa, sin duda penetra los cielos, de los cuales nunca volverá vacía.

 

5.2    Dios siempre escucha (SAN BERNARDO)

¿Quiénes somos nosotros o cuál es nuestra fortaleza, para poder resistir a las tentaciones que nos acosan? Esto era lo que Dios buscaba de nosotros, a ese conocimiento nos quería traer, para que, viendo nuestra flaqueza y que no tenemos otro amparo, corramos a su misericordia con toda humildad. Por eso debemos recurrir siempre al seguro refugio de la oración.

Pero siempre que hablo de la oración me parece estar oyendo los mismos lamentos: ¿De qué nos sirve la oración si, aunque nunca cesemos de orar, apenas notamos fruto alguno? Como llegamos a la oración, así salimos de ella: nadie nos responde una palabra, nadie nos da nada, sino que parece que hemos trabajado en vano.

Mas en esto sigue el juicio de la fe, y no el de tu experiencia; pues la fe es siempre verdadera, y la experiencia muchas veces engañosa ¿Cuál es, pues, la verdad de la fe, sino lo que promete el Hijo de Dios?: «Cualquier cosa que pidáis con fe en la oración, la conseguiréis». Ninguno de nosotros tenga en poco su oración, porque os digo de verdad que no la tiene en poco aquel Señor a quien se hace. Antes que salga de vuestra boca, la manda escribir en su libro; y una de dos cosas debemos esperar sin ninguna duda: o que nos dará lo que pedimos, o lo que más nos conviene. Nosotros no sabemos orar como conviene, pero el Señor tiene misericordia de nuestra ignorancia y, recibiendo benignamente la oración, de ningún modo nos dará lo que para nosotros no sería útil, o lo que no es preciso que se nos dé tan pronto; pero nuestra oración no será infructuosa.

 

5.3    La unión de amor  (JULIANA DE NORWICH)

En la unión de amor florecen todas las virtudes. El alma reconoce con inmensa satisfacción la hermosura celestial y divina de que se encuentra ahora adornada. Pero sabe que todas estas riquezas se las debe únicamente a la mirada en que le ha envuelto Dios, y no quiere utilizarlas más que para contentar y agradar con ellas al Dador.

Hay que alejar todo lo que estorbe esta santa y feliz vida de amor. El Señor mismo se encargará de hacer desaparecer todo lo que sea obstáculo a la permanencia y estabilidad de esta unión. Él introducirá al alma «en el ameno huerto deseado», donde ésta pueda permanecer junto a su Amado y reposar a su sabor sin el menor estorbo que la turbe. Puesta en la soledad más completa y pacífica, Él la irá instruyendo en los secretos misterios de su sabiduría, abrasándola en el fuego de su amor. No hay criatura alguna capaz de barruntar algo siquiera de lo que Dios reserva al alma, a la que ha acogido y escondido en su propio seno para siempre.

 

5.4    Un tesoro que nunca perece (JULIANA DE NORWICH)

La oración es una voluntad verdadera y permanente del alma, unida y atada a la voluntad de nuestro Señor, por obra dulce y secreta del Espíritu Santo. Nuestro Señor mismo es el primer receptor de nuestra oración, la acoge muy agradecido y, complaciéndose en ella, la manda allí arriba, donde será guardada en el tesoro que nunca perecerá. Allí está nuestra plegaria, delante de Dios y de todos sus santos, recibiéndola continuamente, ayudando siempre a nuestras necesidades. Y cuando empiece nuestra bienaventuranza nos será devuelta con mayor grado de alegría.

Reza interiormente aunque pienses que no te apetece; sin embargo, es bastante provechoso, aunque no lo sientas. Reza interiormente aunque no sientas nada, aunque no veas nada, aunque pienses que no puedes, pues en la sequedad y en la aridez, en la enfermedad y en la debilidad, tu oración sigue siendo agradable a Dios.

Dios es el fundamento de nuestra oración. Es su voluntad que obtengamos lo que pedimos, pues, si es Él mismo quien nos hace desearlo y pedirlo, entonces ¿cómo puede ser que no obtengamos lo que pedimos? Ningún hombre puede pedir misericordia y la gracia con verdadera intención, si no le han sido dadas primero la misericordia y la gracia.

La oración une al alma con Dios: mediante ella, el alma quiere lo que Dios quiere, y se la capacita para la gracia. Cuando un alma está tentada, turbada y abandonada a sí misma a causa de su intranquilidad, es el momento de rezar para hacerse dúctil y maleable Dios.

 

5.5    Una mirada a Dios (SANTA MARÍA MAGDALENA DE PAZZI)

Tenemos que procurar, en cuanto nos sea posible, tener una constante presencia de Dios en todas nuestras obras, porque el alma que tiene al Señor presente, especialmente en el misterio de su Pasión, caerá mucho menos en los defectos habituales y adelantará mucho en el servicio divino.

En todos los movimientos y obras, tanto internas como externas, dirigid a Dios una mirada intensa y amorosa, pidiéndole ayuda y suplicándole que sea Él mismo el que obre, piense y hable por vosotros.

 

 

5.6    La paz del corazón (SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE)

 

¿No podéis hacer nada en la oración? Contentaos con ofrecer la que este divino Salvador hace por nosotros en el Sacramento del altar, ofreciendo sus afectos en reparación de vuestra tibieza, y decid en cada acción: «Dios mío, yo quiero hacer o padecer esto en el Sagrado Corazón de Tu Hijo, según sus intenciones, las cuales Te ofrezco para resarcir las miserias e imperfecciones de las mías». Y así en todo lo demás. Y cuando os sobrevenga alguna pena o mortificación, alentaos y decid: «Toma lo que el Sagrado Corazón te envía para unirte a Él». Y procurad ante todo conservar la paz del corazón, que vale más que todos los tesoros del mundo. El modo de conservarla es negar vuestra voluntad y poner en su lugar la de este adorable Corazón, para que Él quiera por nosotros lo que sea más para su gloria, contentándonos con sometemos y abandonamos a Él. En una palabra, este Divino Corazón suplirá todo lo que falte; Él amará a Dios por vos, y vos le amaréis en Él y por Él.

 

5.7    El silencio (SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE)

 

 Tened los sentidos interiores y exteriores en el Sagrado Corazón de nuestro Señor, imponiéndoles un profundo silencio: silencio interior, eliminando pensamientos inútiles y sutilezas del amor propio; silencio en todo lo que pueda seros materia de alabanza y excusa, de censura y acusación a los otros; silencio en los ímpetus con que la personalidad pretenda mostrar alegría o descontento en cosas tristes..., y este silencio será para honrar el de Jesús solitario en el Santísimo Sacramento. Por este medio aprenderéis a conversar con su Sagrado Corazón y a amarle en silencio.

 

5.8    Dios está presente (SANTO TOMÁS MORO)

Cuánto me gustaría que cualquier cosa que hiciéramos y en cualquier postura del cuerpo, estuviéramos, al mismo tiempo, elevando constantemente nuestras mentes a Dios, que esta suerte de oración es la que más le agrada. Poco im­portan a dónde se dirijan nuestros pasos si nuestras cabezas están puestas en el Señor. Ni importa lo mucho que andemos porque nunca nos alejaremos bastante de Aquél que en todas partes está presente.

Si procuramos no estar en Babia al dirigirnos a un príncipe sobre algún asunto importante (o con alguno de sus ministros en posición de cierta influencia), jamás debería entonces ocurrir que la cabeza se distrajera lo más mínimo mientras hablamos con Dios. No ocurrirá esto en absoluto si creyéramos con una fe viva y fuerte que estamos en presencia de Dios. Y Dios no sólo escucha nuestras palabras y mira nuestro rostro y porte externo como lugares de donde puede colegir nuestro estado interior, sino que penetra en los rinco­nes más secretos y recónditos del corazón. No ocurriría, repito, si creyéramos que Dios está presente. 

Reza y pide otra vez por lo mismo. Una vez más añade la misma condición, y de nuevo nos da ejemplo, mostrando que cuando estamos en gran peligro no podemos pensar que sea inoportuno pedir urgentemente a Dios que nos procure una salida. Incluso es posible que permita que seamos llevados a tales dificultades, precisamente porque el miedo al peligro nos hará ser más fervientes en la ora­ción, cuando quizás la prosperidad nos había enfriado.

 

5.9    El tesoro escondido (SAN JUAN DE LA CRUZ)

 

¿Qué más quieres, ¡oh alma!, y qué más buscas fuera de ti, pues dentro de ti tienes tus riquezas, tus alegrías, tu satisfacción, tu abundancia y tu reino, que es tu Amado, a quien desea y busca tu alma? ¡Gózate y alégrate en tu interior recogimiento con Él, pues le tienes tan cerca; no le vayas a buscar fuera de ti, porque te distraerás y cansarás y no le hallarás sino dentro de ti! Pero, aunque está dentro de ti, está escondido. Pero gran cosa es saber el lugar donde está escondido para buscarle allí.

Pero todavía dices:  “Si está en mí el que ama mi alma, ¿cómo no le hallo ni le siento?” La causa es porque está escondido, y tú no te escondes también para hallarle y sentirle; porque el que ha de hallar una cosa escondida, tan a lo escondido y hasta lo escondido donde ella está ha de entrar. Como quiera, pues, que tu Esposo amado es el tesoro escondido en el campo de tu alma, con­vendrá que para que tú le halles, olvidando todas tus cosas y alejándote de todas las criaturas, te escondas en lo interior del espíritu, y, cerrando la puerta tras de ti, ores a tu Padre en lo escondido (Mt 6,6).

 

 

5.10     Sequedad purificadora (SAN JUAN DE LA CRUZ)   

 

Se conoce la sequedad purificadora en el no poder ya meditar ni discurrir en el sentido de la imaginación como se solía, por más que pongamos de nuestra parte. A la sequedad se añade el tormento del miedo a ir equivocados, pensando que se nos ha acabado el bien espiritual y nos ha dejado Dios. Si nos empeñamos en obrar como antes acostumbrábamos, no conseguiremos otra cosa sino turbar la paz que Dios va poniendo en nosotros.

En estas circunstancias el alma no debe hacer otra cosa sino tener paciencia y perseverar en la oración sin hacer ellas nada. Lo que aquí han de hacer es solamente dejar al alma libre y desembarazada y descansada de todas las noticias y pensamientos, no teniendo cuidado allí de qué pensarán ni meditarán, contentándose sólo con una advertencia amorosa y sosegada en Dios y estar sin cuidado, sin eficacia y sin gana de buscarla o sentirla.

 

5.11    Recordando a Jesús (SANTA TERESA DE JESÚS)

Tenía tan poca habilidad para con el entendimiento representar cosas, que si no era lo que veía, no me aprovechaba nada de mi imaginación, como hacen otras personas que pueden hacer representaciones adonde se recogen. Yo sólo podía pensar en Cristo como hombre. Mas es así que jamás le pude representar en mí, por más que leía sobre su hermosura y veía imágenes, sino como quien está ciego o a oscuras, que aunque habla con una persona y ve que está con ella porque sabe cierta que está allí (digo que entiende y cree que está allí, mas no la ve), de esta manera me sucedía a mí cuando pensaba en nuestro Señor. Por esta causa era tan amiga de imágenes. ¡Desventurados de los que por su culpa pierden este bien! Bien parece que no aman al Señor, porque si le amaran se alegrarían de ver su retrato, como nos da contento ver el de quien se quiere bien.

Procuraba lo más que podía traer a Jesucristo, nuestro bien y Señor, presente dentro de mí, y ésta era mi manera de oración. Si pensaba en algún paso, le representaba en lo interior; aunque gastaba la mayor parte del tiempo en leer buenos libros, que era toda mi recreación; porque no me dio Dios talento de discurrir con el entendimiento ni de aprovecharme con la imaginación, que la tengo tan torpe, que aun para pensar y representar en mí la humanidad del Señor, nunca acababa.

Y aunque por esta vía de no poder obrar con el entendimiento se llega más rápido a la contemplación si se persevera, es muy trabajoso y penoso. Porque si falta la ocupación de la voluntad y un objeto para que el amor se ocupe, queda el alma como sin arrimo ni ejercicio, y da gran pena la soledad y sequedad, y penoso combate los pensamientos.

La memoria e imaginación mucho hacen en desasosegar. El último remedio que he hallado, después de haberme fatigado muchos años, es lo que dije en la oración de quietud: que no se haga caso de ella más que de un loco, sino dejarla con su tema, que sólo Dios se lo puede quitar; y, en fin, aquí por esclava queda. Esto lo hemos de sufrir con paciencia.

 

5.12    Acompañando a Cristo (SANTA TERESA DE JESÚS)

 

Tenía este modo de oración: que, como no podía discurrir con el entendimiento, procuraba representar a Cristo dentro de mí, y me hallaba mejor, a mi parecer, en las partes adonde le veía más solo. Me parecía que, estando solo y afligido, como persona necesitada, me había de admitir a mí. 

En especial me hallaba muy bien en la oración del huerto. Allí era donde más le acompañaba. Pensaba en aquel sudor y aflicción que allí había tenido, si podía. Deseaba limpiarle aquel sudor tan penoso. Mas me acuerdo que jamás osaba determinarme a hacerlo, por la vergüenza que me producían mis pecados. Me estaba allí con Él lo más que me dejaban mis pensamientos, porque eran muchos los que me atormentaban.

Durante muchos años, cuando para dormir me encomendaba a Dios, siempre pensaba un poco en este paso de la oración del huerto, aun desde que no era monja, porque me dijeron que así se ganaban muchos perdones. Y tengo para mí que por aquí ganó mucho mi alma, porque comencé a tener oración sin saber qué era, y ya la costumbre tan ordinaria me hacía no dejar esto, como el no dejar de santiguarme para dormir.

 

 

5.13    Recogiendo el alma (SAN PEDRO DE ALCÁNTARA)

El recogimiento es cuando, mortificados los sentidos y acallado el entendimiento, se recoge el alma dentro de sí misma y se ejercita en amar a Dios. Se llama recogimiento porque cierra el alma a todos los sentidos y potencias, a todo lo que no es Dios, y entonces está el alma en silencio y obra en soledad, procurando no admitir en aquel tiempo ni un punto de pensamiento de cosa alguna sino solamente la memoria que se acuerda del Señor y la voluntad que está empleada en amar.

Y para llegar a esto es necesario que primero se recoja el alma desechando todas las imaginaciones, y sin pensar nada considere que está en la presencia de nuestro Señor y levante su entendimiento a Él, considerando que le está mirando, como si lo tuviese presente corporalmente, y procurando no pensar nada, tenga silencio interior, mortifique los sentidos, acalle el entendimiento, serene  la memoria, fijándola en nuestro Señor, considerando que está en su presencia, no especulando por entonces cosas particulares de Dios.

En este punto hemos de contentarnos solamente con el conocimiento que de Él tenemos por la luz de la fe. Y dejémonos llevar por el amor, pues éste sólo lo abraza y en Él está el fruto de toda la meditación. Es preciso que el alma se meta dentro de sí misma, en su centro, donde está la imagen de Dios, procurando no acordarnos de otra cosa sino de Él. Estemos atentos a Él, pues lo tenemos dentro de nuestro corazón.

 

 

5.14    El vaso vacío (SANTA JUANA CHANTAL)

 

A menudo ocurre que, cuando pensamos tener luz y gracia, no las tenemos, y cuando menos lo pensamos es cuando las tenemos; es porque en vano nos preocupamos de buscar luces en la oración cuando no las tenemos; la operación del Espíritu Santo en el alma es toda interior y a menudo desconocida para ella misma.

Cuando se hace oración, hay que ponerse como un vaso vacío delante de Dios, a fin de que destile en Él su gracia, poco a poco, según su santa voluntad, y quedarnos casi tan contentos cuando nos volvemos con el vaso vacío como si hubiera estado lleno hasta el borde.

Al fin ocurrirá que Dios destilará en Él esa agua divina, si nos presentamos a menudo con esa sed viva y ese completo desinterés de lo que se pueda desear de Él, pues con frecuencia creemos volvernos de vacío, cuando la realidad es que estamos llenos del espíritu de Dios, si bien lo ignoramos.

Nunca se ve crecer a los árboles ni a los niños, aun cuando los estuviéramos mirando de la mañana a la noche; pero nos quedamos después asombrados al ver lo que han crecido. Eso mismo ocurre con las almas: van adelantando en el camino de Dios, aunque ellas no lo advierten, con tal que sean fieles en corresponder a las luces y atractivos de la gracia.

 

 

5.15    La sencillez con Dios  (SANTA JUANA CHANTAL)

 

Un buen método para la oración es la sencillez con Dios, pues por ese camino el alma se conforma y se hace semejante a su Dios, que es espíritu fuerte, puro y muy sencillo. ¡Bienaventuradas las almas que se dejan conducir por el atractivo de Dios, siguiéndole con sencillez de corazón, eliminando de su espíritu toda curiosidad y todo deseo de mirarse a sí mismas, siguiendo simple y fielmente la sencillez de su atractivo!

El que no busca las suavidades de la oración, no se da cuenta cuando no encuentra en ella dulzura y suavidad. Cuando una persona va a algún lugar sin pretensiones de encontrar allí algo, aunque lo encuentre, ni siquiera piensa en ello; y si nada encuentra no se preocupa, porque nada buscaba; así pues, vayamos a la oración no para buscar gustos, no para recibir allí consuelos, sino para mantenernos en gran reverencia y abatimiento delante de Dios; para derramar nuestra miseria ante su misericordia y estar, a pesar de todas nuestras distracciones, en su santa presencia, no queriendo ni buscando más que su beneplácito y santa voluntad.

Por tanto, no busquéis gustos y consuelos en la oración, sino a la Nuestro Señor y su santa voluntad, que no se encuentra menos en las distracciones involuntarias que en las suavidades y consuelos.

 

 

5.16    El príncipe y el mendigo (SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO)

 

Si somos pobres, no nos quejemos de nosotros mismos, pues lo somos porque nos empeñamos en ello, de ahí que no merezcamos compasión. ¿Qué compasión puede merecer un mendigo que, teniendo un señor sobradamente rico que desea otorgarle cuanto le pida, nada le pide, prefiriendo quedar en su pobreza antes de pedir al señor lo que le es tan necesario?

Si alguno pidiera al rey una moneda de poco valor parecería burlarse de Él; al contrario, honramos la misericordia de Dios y su liberalidad cuando le pedimos que nos conceda gracias grandes, fiados en su bondad y en la fidelidad con que ha de cumplir aquella promesa suya de concedernos cualquier cosa que le pidamos: «Cualquier cosa que deseéis, pedirla y se os concederá».

Debemos hacer como hacen los mendigos: éstos, si no alcanzan la limosna que buscan, no cesan de importunar y volver a pedir. Y si no aparece el dueño de la casa siguen golpeando la puerta, haciéndose muy molestos e inoportunos. Esto quiere Dios que hagamos: roguemos y volvamos a rogar, y no dejemos de rogar para que nos asista, nos socorra, nos ilumine, nos esfuerce y no permita que jamás perdamos su gracia.

 

          

5.17    Una cuestión de confianza (SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO)

 

La oración del humilde lo alcanza todo de Dios, pero no olvidemos que no sólo es útil, sino también necesaria para salvarnos: sin el auxilio de la divina gracia es imposible alcanzar la salvación, y este auxilio Dios solamente lo concede al que se lo pide. El Señor nos quiere dispensar sus gracias, pero quiere que se las pidamos, y hasta quiere ser importunado y como forzado por nuestros ruegos. En efecto, siendo Dios bondad infinita que suspira por comunicarse, tiene un infinito deseo de comunicarse a los demás, pero quiere que le pidamos esos bienes, y cuando se ve importunado por un alma, es tanto el gozo que recibe, que en cierto modo le queda obligado.

Cuando encomendemos a Dios nuestras necesidades, es necesario que tengamos confianza cierta de ser escuchados y de que alcanzaremos cuanto pedimos. Es palabra de Jesucristo: «Todo cuanto roguéis y pidáis, creed que lo habéis recibido, y lo alcanzaréis». ¿Cuándo se ha dado el caso de que alguno haya confiado en el Señor y se haya perdido?

Según sea nuestra confianza, así serán las gracias que recibamos de Dios. ¿Cómo podemos dudar de ser escuchados cuando Dios, que es la misma verdad, promete que nos concederá lo que pidamos por medio de la oración? Que Dios escucha a quien le ruega es verdad cierta e infalible, como es infalible que Dios no puede faltar a sus promesas.

 

 

5.18    Luz en la noche (SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO)

 

Dios, mediante las arideces, une consigo a las almas más predilectas. Cuando el alma comienza a darse a Dios, busca la dulzura de las consolaciones visibles, las cuales son a manera de cebo que el Señor emplea para arrancarla de los placeres terrenos, desprenderla de las criaturas y llevarla a Sí. Pero, como el alma se une a Dios más bien por los atractivos de los consuelos que siente que por la voluntad determinada de complacer a Dios, cree falsamente que su amor a Dios crece al paso que aumenta este consuelo en las devociones.

Es necesario persuadirse de que el amor de Dios y la perfección no consiste en experimentar ternuras y consuelos, sino en vencer el amor propio y cumplir la divina voluntad. Cuando se goza de consuelos espirituales no se precisa gran virtud para dar de mano a los gustos sensibles y sobrellevar las afrentas y contrariedades. En medio de estas dulzuras, el alma lo soporta todo; pero esta fuerza más bien proviene de las caricias que Dios le prodiga que del verdadero amor de Dios. De ahí que el Señor, para afianzarla más en la virtud, le retire y le quite las dulzuras sensibles, con el fin de desprenderla del amor propio, que de tales golosinas se alimentaba.

 

5.19    El amigo en casa (SANTA TERESA DE LOS ANDES)

Cuando tenemos un amigo en nuestra casa, no lo dejamos solo, sino que, si estamos muy ocupados, tratamos de irle a hablar de vez en cuando. Así lo harás con Jesús. Antes de principiar cualquiera obra le dirás que se la ofreces a Él, sólo por amor, no con intención de que las criaturas te vean, sino para servirle y porque le amas. Después lo adorarás, le dirás que lo amas, que te perdone tus faltas y en seguida obrarás junto con Él como si estuvieras en Nazaret. Así vivirás con Dios y podrás hablarle sin que nadie lo sepa. Al principio te costará recogerte, pero después será habitual en ti estar con Dios.

 

5.20    El vuelo del alma (CURA DE ARS)

La oración es a nuestra alma lo que la lluvia a la tierra. Abonad una tierra todo lo que queráis: si falta la lluvia, de nada servirá cuanto hagáis.

Los que no rezan se inclinan hacia la tierra, como un topo que hace un agujero en la tierra para esconderse. Son terrestres, atontados, y no piensan más que en las cosas del tiempo.

El alma que reza poco es como esas aves de corral que, aunque tienen grandes alas, no saben volar. Quien no reza es como las gallinas o los pavos, que no pueden alzar el vuelo. Si echan a volar, su vuelo dura muy poco y enseguida caen al suelo; les gusta escarbar en la tierra, hunden en ella sus garras y se la echan encima, como si sólo encontraran placer en eso.

 

5.21    Abriendo el corazón (CURA DE ARS)

 Para rezar bien no es preciso hablar mucho. Sabemos que el buen Dios está allí, en el tabernáculo santo; uno le abre su corazón y se complace en su santa presencia. Ésa es la mejor oración.

Cuando se reza, hay que abrir el corazón a Dios, como el pez que estando en tierra seca ve llegar una ola.

Desgraciadamente, no tenemos el corazón lo suficientemente libre ni puro de toda afección terrestre.

Toma una esponja seca limpia y empápala en licor: se llenará hasta que se vierta; pero, si no está seca y limpia, no se llenará nada. Asimismo, cuando el corazón no está libre y desprendido de las cosas de la tierra, por mucho que lo empapemos en la oración, no sacará nada de ella.

 

 

5.22    Un impulso del corazón  (SANTA TERESA DE LISIEUX)

 

 Dios nunca se cansa de escucharme cuando le cuento con toda sencillez mis penas y mis alegrías, como si Él no las conociese.

Para mí, la oración es un impulso del corazón, una simple mirada dirigida al cielo, un grito de agradecimiento y de amor, tanto en medio del sufrimiento como en medio de la alegría. En una palabra, es algo grande, algo sobrenatural, que me dilata el alma y me une a Jesús.

 Muchas veces, sólo el silencio es capaz de expresar mi oración, pero el huésped divino del sagrario lo comprende todo, aun el silencio del alma de una hija que está llena de gratitud.

La oración y el sacrificio constituyen toda mi fuerza y son las armas invencibles que Jesús me ha dado. Ellas pueden, mucho mejor que las palabras, mover los corazones. Muchas veces lo he comprobado.

 

5.23    Visión de Cristo (SANTA GEMA GALGANI)

No veo a Jesús con los ojos del cuerpo, pero lo distingo claramente porque me hace caer en un dulce abandono, y en Él le reconozco.

Cuando veo a Jesús y lo siento, no veo ni belleza ni figura corporal, ni sonidos dulces, ni cantos suaves. Veo (no con los ojos) una luz y un bien inmenso, una luz infinita que no puede ser vista por los ojos mortales, una voz que nadie puede oír: no es voz articulada, pero es más fuerte y se deja sentir a mi espíritu mejor que si la oyera en palabras que se pronuncian.

Me siento como fuera de mí, no sé dónde me encuentro. Cuando me hallo en la plenitud de esta dulzura, me olvido enteramente del mundo, y siento que mi entendimiento está lleno, que no tiene más que desear. El corazón ya no busca nada, porque tiene consigo un bien inmenso, un bien infinito, que con nada admite comparación, un bien sin medida y sin defecto. Jesús me satisface plenamente.

Al ponerme a meditar no necesito fatigarme nada: mi alma se siente enseguida sumergida en el mar de los inmensos beneficios de Dios, perdiéndose ahora en un punto, ahora en otro. Lo primero que hago es hacer reflexionar a mi alma sobre cómo ha sido creada a imagen de Dios, y, por consiguiente, que sólo para Él debe vivir, mirándole como a fin suyo. En esos momentos, parece como si mi alma volase con Dios y perdiera la pesadez del cuerpo.

De su delante de Jesús me pierdo en Él. Cuanto más pienso en Él, tanto más amable y dulce lo reconozco. Como Jesús se muestra conmigo, así debo yo mostrarme con Él: humilde, mansa, etc. A veces me parece ver a Jesús como una luz divina y un sol de claridad eterna.

Donde mayormente me pierdo es en la sustancia (o sea contemplación de la naturaleza divina) de Jesús. Creo que es una sustancia mejor y mayor que cuanto existe. Entre los bienes lo reconozco como el sumo. Y siendo Jesús perfecto, en Él lo encuentro todo. Me pierdo en su bondad, y mi mente vuela casi siempre al paraíso. Termino rogando a Jesús que acreciente en mí su amor para que se perfeccione luego en el cielo.

 

5.24    La escala de Jacob (SANTA EDITH STEIN)

La oración es el trato del alma con Dios. Dios es amor, y amor es bondad que se regala a sí misma, una plenitud existencial que no se encierra en sí, sino que se derrama, que quiere regalarse y hacer feliz. A ese desbordante amor de Dios debe toda la creación su ser.

La oración es la hazaña más sublime de la cual es capaz de espíritu humano. Es como la escala de Jacob, por la que el espíritu humano trepa hacia Dios y la gracia de Dios desciende a los hombres.

Por eso te encargo muy especialmente que hagas meditación. Consiste en mirar a nuestro Señor cuando andaba aquí en la tierra, y ver cómo obraba y obrar nosotros conforme a Él. Hay otro modo de oración que encuentro más sencillo: hablar con nuestro Señor como quien habla con un amigo, pedirle sus consejos, prometerle que no le ofenderás, decirle que lo amas, etc... Fija el tiempo de oración, ya sean diez minutos o quince minutos, como quieras. Pero represéntate siempre a nuestro Señor allí en tu alma; lo mismo cuando comulgues.

 

5.25    La enemiga de la oración (PADRE PÍO)

Si vuestro espíritu no se concentra, vuestro corazón esta vacío de amor. Cuando se busca, sea lo que sea, con avidez y prisa, puede uno tocar cientos de veces el objeto sin ni siquiera darse cuenta. La ansiedad vana e inútil os fatigará espiritualmente, y vuestro espíritu no podrá dominar su objeto. Hay que liberarse de toda ansiedad, porque ella es la peor enemiga de la devoción sincera y auténtica. Y esto principalmente cuando se ora. Recordad que la gracia y el gusto de la oración no provienen de la tierra, sino del cielo, y que es en vano utilizar una fuerza que sólo podría perjudicaros.

Practicad con perseverancia la meditación a pequeños pasos, hasta que tengáis piernas fuertes, o más bien alas. Tal como el huevo puesto en la colmena se transforma, a su debido tiempo, en una abeja, industriosa obrera de la miel.

 

5.26    En la corte del Rey (PADRE PÍO)

¿No son muchos los cortesanos que van y vienen continuamente ante el Rey, no para hablarle o escucharle, sino simplemente para que los vea y los reconozca como sus verdaderos servidores? Esta manera de estar en la presencia de Dios, sólo para manifestarle, con nuestra asiduidad, que somos sus siervos, es de extraordinaria perfección.

Si puedes hablar al Señor, háblale, alábale, escúchale. Si, por sentirte principiante en los caminos del espíritu, no te atreves a hablarle, no te disgustes: entra, a la manera de un cortesano, en la cámara regia, y reverénciale. Él, viéndote, agradecerá tu presencia, tu silencio, y otra vez te consolará, tomará tu mano, saldrá contigo a pasear por su jardín de oración. En el caso de que esto no sucediese jamás, cosa imposible, pues el corazón de Padre tan amoroso no será capaz de dejar a su criatura en perpetua vacilación, conténtate. Nuestro deber, considerando el honor y la gracia que nos hace tolerándonos en su presencia, es seguirle. De esta manera no te angustiarás por hablarle, pues solamente el estar a su lado es ya una gracia, aunque no satisfaga plenamente nuestros anhelos. Cuando, por tanto, te encuentres ante Dios en la oración, considera tu verdad, háblale si puedes, y si no, quédate allí, hazte ver y no te angusties.

 

5.27    Un método para orar (PADRE PÍO)

Ante todo, se debe preparar el punto u objeto que se quiere meditar. Después, hay que ponerse en la presencia de Dios, humillándose y pidiéndole la gracia de hacer bien la oración mental. Finalmente, hay que encomendarse a la intercesión de la Virgen y de toda  la corte celestial.

Luego iniciaréis la meditación. Acabada ésta, se pasa a los propósitos, buscando la enmienda de aquellos defectos que más os impiden la unión con Dios.

Después debéis pedir a Dios las gracias y auxilios que más necesitáis. Encomendad al Señor a todos los hombres, en general y en particular. Rogad por el establecimiento del reino de Dios, por la propagación de la fe, por la exaltación y el triunfo de la Iglesia. Rogad especialmente por la conversión de los pecadores.

Hecho esto, ofreced vuestra oración a Dios en unión con los méritos de Jesús y María.

 

* * *

Pensamientos

 

5.28      Reza, espera y no te preocupes. La preocupación es inútil. Dios es misericordioso y escuchará tu oración. (Padre Pío)   

5.29      La oración da un corazón transparente. Y un corazón transparente puede ver a Dios. (Madre Teresa de Calcuta)

5.30      En la vida oculta y silenciosa se realiza la obra de la redención. En el diálogo silencioso del corazón con Dios se preparan las piedras vivas con las que va creciendo el Reino de Dios y se forjan los instrumentos selectos que promueven su construcción. (Edith Stein)   

5.31      No hay cosa que purifique más el entendimiento de ignorancias y la voluntad de afectos desordenados que la oración. (san Francisco de Sales)   

5.32      La oración es la mejor arma que tenemos: es la llave que abre el corazón de Dios. Debes hablarle a Jesús, no sólo con tus labios, sino con tu corazón. En realidad, en algunas ocasiones debes hablarle sólo con el corazón. (Padre Pío)

5.33      La oración y el sacrificio constituyen toda mi fuerza y son las armas invencibles que Jesús me ha dado. Ellas pueden, mucho mejor que las palabras, mover los corazones. (santa Teresa de Lisieux)

5.34      Todos los santos comenzaron su conversión por la oración y por ella perseveraron; y todos los condenados se perdieron por su negligencia en la oración. Digo, pues, que la oración nos es absolutamente necesaria para perseverar. (Cura de Ars)        

5.35      Cuando hablamos a Jesús con simplicidad y con todo nuestro corazón, Él hace lo que una madre, que toma en sus manos la cabeza de su hijito y la cubre de besos y de caricias. (Cura de Ars)

5.36      La aplicación a la presencia de Dios por simple atención consiste en estar delante de Dios por medio de una simple mirada interior de fe de su divina presencia y en permanecer así algún tiempo, ya sea medio cuarto de hora, ya sea un cuarto, más o menos, según se sintiere uno ocupado y atraído interiormente. (san Juan Bautista de La Salle)

5.37      La súplica del alma humilde penetra los cielos y, presentándose delante del trono divino, no se aparta de allí sin que Dios la escuche y la atienda. Aunque esta alma haya cometido los pecados que se quiera, Dios no sabe despreciar un corazón que se humilla, porque «Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes».(san Alfonso Mª de Ligorio)

5.38      Hijos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración es una degustación anticipada del cielo, hace que una parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzura; es como una miel que se derrama sobre el alma y lo endulza todo. (Cura de Ars)   

5.39      No hay que menester alas para ir a buscar a Dios, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí. (santa Teresa de Jesús)

5.40      Para mí la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada al cielo, un grito de agradecimiento y de amor en las penas como en las alegrías. (santa Teresa de Lisieux)

5.41      Las plegarias de los santos en el cielo y de los justos en la tierra son cual perfume de duración eterna. (Padre Pío)

5.42      ¿Cómo conseguiréis vencer las distracciones en la oración? Pensando seriamente en que Dios os está mirando. (san Basilio)

5.43      Con la oración y el sacrificio se prepara la acción. (san Juan Bosco)           

5.44      Cuando se ama, se desea hablar constantemente con el amado, o al menos contemplarlo incesantemente. En eso consiste la oración. (Charles de Foucauld)

5.45      Dios da la oración a quien reza. (san Juan Clímaco)

5.46      En medio de las peores enfermedades puede hacerse la mejor oración. (santa Teresa de Jesús)

5.47      La oración es el primer alimento del espíritu, como el pan es el alimento para el cuerpo. (san Juan Bosco)

5.48      Mientras estáis trabajando, en las conversaciones y en diversión, elevad alguna vez la mente al Señor ofreciéndole esas acciones. (san Juan Bosco)   

5.49      No cesa de orar quien no cesa de bien obrar... El afecto de la caridad equivale a una oración continua. (santa Catalina de Siena)

5.50      El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar y amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad en este mundo. (Cura de Ars)

5.51      Oración es tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama. (santa Teresa de Ávila)

5.52      Dios está con nosotros con toda la Trinidad. Si en el fondo del corazón construimos una celda bien protegida en la que retirarnos lo más a menudo posible, no nos faltará nada en cualquier situación que nos encontremos. (Edith Stein)

5.53      Nuestro trabajo es nuestra oración, porque lo realizamos por Jesús, en Jesús y con miras a Jesús. (Madre Teresa de Calcuta)   

5.54      Mi secreto es muy sencillo: oro. Orar a Cristo es amarlo. Orar no es pedir. Orar es ponerse en manos de Dios, a su disposición, y escuchar su voz en lo profundo de nuestros corazones. Con frecuencia, una mirada ferviente, confiada, profunda a Cristo puede transformarse en la más encendida oración. Yo lo miro; Él me mira: no hay oración mejor. (Madre Teresa de Calcuta)

5.55      Más estima Dios en ti el inclinarte a la sequedad y al padecer por su amor, que todas las consolaciones, visiones y meditaciones que puedas tener. (san Juan de la Cruz)

5.56      Con frecuencia pienso que, cuando venimos a adorar a nuestro Señor, conseguiríamos todo lo que quisiéramos, con tal de pedirle con fe viva y un corazón puro. (Cura de Ars)

 

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