Selección de poemas del libro 

MARAMOR

 

Laureano J. Benítez Grande-Caballero

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Índice

 

                        1.- Tres canciones     

                                                                 

                   La canción de Noé    . . . . . . . . . . . .

                   La canción de Jonás  . . . . . . . . . . . .

                   La canción de Ulises . . . . . . . . . . . .

 

                        2.- Siete mares

 

                   Mar Blanco . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 

                   Mare Nostrum . . . . . . . . . . . . . . . . .

                   Mar Rojo   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

                   Marir   . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

                   Mar Negro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

                   Siremar  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

                   Mareas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

 

                        3.- Los amores

 

                   Canción del alba . . . . . . . . . . . . . . .

                   Gaviota en marzo . . . . . . . . . . . . . . 

                   Maritar  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

                   Elegía en abril . . . . . . . . . . . . . . . . .

                   Nana-luna . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

                   Maelstrom. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 

                   Naufragio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 

                   Nadamar  . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

 

                        4.- Los sueños

 

                   Rosas en el mar. . . . . . . . . . . . . . . .  

                   Amar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

                   Maremágnum . . . . . . . . . . . . . . . . .

                   Siempre hay algún milagro . . . . . . .

                   Canción de Ítaca  . . . . . . . . . . . . . . .

                   In-ti-mar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

                   Llamar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

                                      Maramor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .                   

 

Selección de poemas

 

La canción de Ulises

 

Mira allá las recientes cenizas de Troya,

de la ciudad que ardió: tabla arrasada,

carbón ya, piedras dispersadas bajo un sol griego,

conjunto de flechas caídas, de aves cansadas:

ya no brillan tus escudos,

ya no sirven tus espadas,

ya no miran tus muertos,

tus musas ya no cantan.

 

¿Hacia dónde irán tus talones

en el  mismo ecuador de la nada?

¿Podrás escribir con manos

que tocaron sangre, empuñaron armas?

En el llano inhóspito que ves delante,

¿sabrás encontrar tu isla, tu patria?

Sobre cenicientas ruinas vas,

bajo un alud de muertos marchas:

y no sirve la filosofía de antes,

y tu mujer ya no te ama,

y tu derrota la pregona el viento,

y perdiste los papeles y los mapas,

y tú ya no eres tú,

ni tu casa es ya tu casa.

 

Pero siempre es posible navegar,

echar tus muertos al agua

envueltos en seda limpia,

y decir luego tus plegarias;

pero siempre es posible tensar un arco,

disparar al futuro flechas de plata:

Penélope aguarda, sí,

tejiendo y destejiendo su lana,

su amor, como este mismo mar hace y deshace

sus pensamientos azules, su espuma de plata.

Con insomnio y sed, es posible imaginar los salones,

su boca y los besos: tus barcas quemadas.

 

Pájaros carniceros te buscarán en círculos,

en lejanas torres despertarán tus fantasmas:

y cuando el mar levante su lomo enfurecido,

no podrás en el viento encontrar tus alas.

Deja, pues, en el mar tu estela de versos,

para saber el camino arroja aquí tus palabras

y no mires atrás: entrégate por entero

al mar que te reclama.

 

Mare Nostrum

 

Mar nuestro, mar de cada día, que estás

en la frente derramada

del que con instrumentos instala raíces,

que invisible pasas por canales, tubos y arterias,

rimando tus motores con el pobre corazón nuestro.

 

Mar fluyente, que susurras o suspiras

por el pulmón que baja, por el pulmón que sube,

a sintonizar en los labios átomos que fulguran.

 

Mar amniótico, que entre vísceras y claustros

acompañas con espumas bordadas y relajantes cunas

al que viene, al que sube, al que nace.

 

Mar que resbalas de una copa como un ojo, y te haces

uva amarga, desolador rocío en la noche imprevista.

 

Mar nuestro de cada noche, soñar es navegar,

que tus ángeles nos guíen por estelas luminosas.

 

Mar ya mineral, opalescente bajo los astros,

que de cristal que brilla va cuajando en sílice, tierra al fin

para senderos no sé si de polvo o espuma, si tu larga cabellera

ejecuta a nuestros pies un protocolo de lengua que acaricia,

de mano amable sobre heridas rojas.

 

Mar secreto, hondísimo, que desde tus cuevas nos llamas

con gemidos como de un ser en peligro,

que en el corazón resuenan como en una caracola

donde arrullas, y cantas, y suspiras.

 

Mar de los besos, de playas como labios,

abrazos aprendidos navegando entre algas, rostros ruborosos

cosechados en tu horizonte a la tarde, miradas que flotan

tras el milagro de amor, luna sí, luna no,

olas deshojadas en jardines sumergidos.

 

Mar de las palabras, talleres misteriosos, residencias profundas:

de allí salen estos versos, hilos plateados,

transparencias diminutas que se suceden y encadenan,

se retiran y regresan hasta ser

ya poema,

o mar.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Mar negro

 

        Si vienes a este mar, no creas que tu camino

        será una galopada sin fin con gotas en la frente,

y las ballenas qué hermosas,

los ojos son aves vertiginosas

que están allí como aquí, increíbles, oh, pureza.

 

No, no creas que el mar está ileso,

que siguen húmedas las manos de los dioses,

que basta poner un pie fuera de las avenidas

para entrar silbando en un dominio rosa

donde los besos salpican como luces, por fin, oh, belleza.

 

Cierra los ojos si quieres, encomiéndate a una estrella,

cruza sereno bajo los pórticos sagrados: ya estás solo

bajo bóvedas extrañas.

¿Qué se llevó la última tempestad?

¿Escuchaste el crujir de las vigas,

el aullido retumbante del viento que te ignora?

¿Viste, como sangre o río,

un conjunto de impurezas  nublarte  los ojos,

unos fallos en cadena salir de tu boca,

esos pensamientos negros que  asaltan,

que salen volando como aves carniceras

y persiguen, y matan, y succionan?

 

¿Qué hiciste cuando espíritus negativos asediaron tu nave

con sus soldados negros, izando en la altura

la bandera del rapto, el abordaje, el castigo?

¿Qué pensaste cuando el agua, como espejo terrible,

te devolvió tu imagen verdadera, y un temblor de fondo

desmoronó el mundo a tus pies? Oh, dureza.

 

No, no es este lugar para los fracasados del planeta:

las olas no son caderas de muchacha,

ni el viento un violín expresamente para ti,

ni el azul un ojo enamorado,

ni es domingo, ni tu viaje un paseo tranquilo

por una arboleda a la tarde, oh, tristeza.

 

Mas es cierto que estamos hechos

de una fibra luminosa,

porque hay otro mar: el mar de los templos,

el de las olas sinfónicas,

el que sosiega nuestra casa

y el corazón enamora.

 

Sí, tras el largo viaje,

cuando nada quede ya en nuestras alforjas,

cuando el dolor nos haya clavado

sus espinas más hondas,

el agua turbia cuajará en diamantes encendidos,

al corazón vendrá el mar, como a una copa,

y tras las torturantes espinas iremos descubriendo

el resplandeciente contorno de la rosa.

 

Tras la celosía callará el mar,

se llevará a sus dominios la procesión que le confío,

para elaborar allí su seda insospechada,

mis versos blancos, la perla y su prodigio.

 

Maritar

          Yo no quiero más tierra que la de verte a ti tendida,

          ni otro mástil que verte a ti conmigo, en pie.

No quiero más aves que las que vuelan desde tu risa,

ni más sol que el que por tu frente asoma, mujer.

 

Yo no quiero más costa sino la que en tu carne se orilla,

ni más horizonte que el que tu cadera me de.

No quiero más viento que el que a tus plantas se inclina,

ni más algas que tu abrazo largo, al amanecer.

 

Yo no quiero otro mar sino el que estalla en noches rojas,

ni otro puerto sino el que entre tus muslos se abre.

No quiero ningún barco que no me lleve a tu boca,

ni más peces sino los que excito en tu sangre.

 

Yo no quiero más rosa sino la que tu corazón me dona,

ni más arena sino la que se curva en tu carne.

No quiero más ruta sino la que lleva a tu alcoba,

ni más vela que tu falda, tu falda flotante.

 

Yo no quiero más viaje que navegar por ti, desnuda,

ni otra estrella sino la que en tu pubis gira, y me da la sed.

No quiero más Norte que mi sexo como brújula,

ni más libro que el que escribo, besando, en tu piel.

 

La estrella

 

          Hace mucho que murió la última estrella.

          Te fuiste así, como una nube herida, tras las montañas.

Hace mucho que tus ojos se perdieron en la noche.

¿Adónde iré? ¿Dónde iré en esta fría madrugada?

 

Este dolor infinito, este clavo de sangre

te va crucificando en mi alma.

Por tu cuerpo crece la sombra del ciprés

y la agonía de las calles solitarias.

 

Duros los labios, sólo existe el eco, la espuma,

tu recuerdo, tu mausoleo en la playa.

Entre las rocas, sólo la espina del astro,

sólo tu espiral de humo entre las brasas.

 

Eres una nave varada en un mar que retrocede

llevando amores del todo hacia la nada.

En las galerías donde antes hubo amor, oiré

silbar el viento, veré crecer la zarza.

 

Es de sangre el rocío que tengo entre las manos,

te escribo ahogándome en tu sangre escarchada.

Me vestiré la larga túnica del llanto

y enterraré estas rosas, deshojaré la guirnalda.

 

Escucho por las torres los redobles de la muerte,

por los atrios nada se oye, sino lágrimas:

Lágrimas que van de cielo a cielo, de costa a costa,

de boca a boca, de campana a campana.

 

Tiemblan juncos a lo lejos, la catedral se sorprende,

las gaviotas lo saben, y vuelan a media asta.

Turbios animales pierden para siempre mis barcos,

peces fríos recorren victoriosos mi espalda.

 

Mi cabellera ya no sirve bajo el firmamento desolado,

ni mi profunda sed de tanto mirar manzanas.

Desde que te fuiste, cedió la base de los templos,

y mis ojos miran desde las más tristes ramas.

 

Es la hora de las sombras trepadoras,

de los pájaros negros anidando en mi ventana.

Desciendo a la cripta y te cubro de blanco,

salgo a balcón a ver tu carroza funeraria.

 

Pasearé con otro amor por jardines hechizados,

dejaré en otras bocas mi pujante río escarlata.

Pero tú serás siempre la muerta, tus cenizas

volarán sobre mí, te amaré como vapor o fantasma.

 

Escucharé otros violines en alcobas imperiales,

se enredarán mis brazos en cuerpos de porcelana:

Pero serás siempre la muerta,

pero siempre serás la ahogada.

 

Ya sólo este vocablo: fin, o adiós, o nunca,

dentro de los cristales queda temblando mi carta.

Silencio. Abro la puerta. Solo, me voy:

¿qué le importa al mundo otro cadáver en el agua?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La rosa

 

          Rosa del amor, flor sagrada, divina forma

          que perdí, vertical sobre esta tierra,

arrebatada por el mar, por sus carros y sus olas,

arrancada por el tiempo, marchitada pena a pena.

 

A buscarte volví al mar, con labios azulados,

pues sólo es posible, amor, encontrar tu corola

cuando se ha mirado de cerca la concavidad del llanto,

la estela triste de un corazón a solas.

 

Todavía no te he visto: sólo suspira el viento,

me arrodillo en tus jardines esperando que sea la hora.

Por tejados y colinas va creciendo mi lamento,

como el agua que saliese de un corazón que se ahoga.

 

En este viaje accedí a la crueldad de tu espina,

que a mi sangre dio un diseño duro de corales.

Coronado de rojo y fuego te busqué, surqué los mares...

y no hay ya tiempo, el mar se me termina.

 

Sé que has dormido en mi corazón edades incontables,

esperando acaso un beso azul para volver a la vida.

Desde que te perdí, la nada me cegó con su niebla y su nadie,

sobre maderos lejanos fui a la deriva.

 

Y ahora ya sé  por qué tus pétalos son tan rojos,

y por qué tu contorno al del corazón se asemeja.

En tu copa recogiste mi sangre ondulante, el mosto

que encontré pisando las uvas de tu ausencia.

 

Eres amor, todo amor, sólo amor: pétalos o labios,

espinas o ausencias, plenitud o corola,

perfume fugaz que dura como un beso volando,

ruiseñor que viene y del amor se enamora.

 

Rosa del amor, mi corazón será el mar cuando te vea.

No importa el espacio ni el tiempo: estoy más cerca.

Rosa del amor, yo soy el poeta que jamás te olvida.

Mi corazón lo proclama: rosa a la vista.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Siempre hay algún milagro

(para Manoli)

 

 

Siempre hay algún milagro, un segundo de luz cegadora

          que por tu frente enciende el diamante del amor.

Siempre hay alguna canción, de ruiseñor o alondra,

ocupando al alba el hemisferio triste de tu corazón.

 

Siempre hay una nube rosa en la vastedad del cielo,

invitándote a la sonrisa con sus labios extendidos.

Siempre hay alguien galopando hasta tu sueño,

una ventana abierta al jardín que nunca has visto.

 

Siempre hay una yema brotando en las ramas del invierno,

un niño corriendo desnudo hacia ti con jazmines en la frente.

Siempre hay una rosa creciendo en los páramos del silencio,

una gota de rocío, al alba, para tus labios y tus dientes.

 

Siempre hay un cirio ardiendo en los altares olvidados,

un corazón que te ama en mitad de la tormenta.

Siempre hay un ave regresando al fin a tus campanarios,

y una campana proclamando el milagro que llega.

 

Siempre hay unos ojos amándote desde el infinito,

un beso buscándote desde el inicio del mundo.

Siempre hay unos pasos leves enfilando tu camino,

una madreselva de amor en la soledad de tus muros.

 

Siempre hay una golondrina de amor tocando en tu ventana,

un pasajero de luz subiendo el muro del olvido.

Siempre hay una mano dejándote una rosa al alba,

un verso hermoso para ti que con amor te han escrito.

 

Siempre hay algún milagro, una estrella con tu nombre,

una flecha que sorprende, mañana, ya, ahora mismo.

Siempre hay algún milagro, un te amo, pues el hombre

nacido es para el amor, y amor es su destino.

 

Maramor

 

          Después de muchos mares,

          de meses, años o siglos,

cuando el mar no pueda darme

ya más pena o castigo,

agotadas mis alforjas,

medio muerto o medio vivo,

arriaré una mañana

de primavera y domingo

a las puertas de tu templo,

al final ya del camino.

 

Te diré: “Vengo de muy lejos,

solamente soy un niño

que cruzó el mar para verte.

Llego cansado y herido:

acógeme, en tus brazos

quiero quedarme dormido;

quiero quemar ya mis barcas,

quiero acabar ya mi exilio;

que mi corazón y el mar

sean ya por fin lo mismo.

Corazón, mar, eres Tú,

Eso es lo que he aprendido.

Todo es ya amor, y esa rosa

yo quisiera alzar en vilo.

Sé ya que el mar del amor

lleva a Ti como destino,

y en ese mar quiero hacer

mi viaje definitivo.

Pues no hay otro mar que Tú,

y ese mar soy yo, yo mismo.

 

Me dirás: “Mira este mar,

entrégame ya tu río”.

 

Y miraré, y en lo hondo,

allí en tus ojos divinos,

veré tu sol exurgiendo,

la rosa que nunca he visto.

El mar se volverá rosa,

iré desnudo a ese abismo,

me perderé para siempre,

me volveré como un niño

y, transformado en amor,

veré un mar, o paraíso.

 

Y diré: “Déjame entrar,

quiero estar ahí contigo”.

Y me dirás: “Entra ya,

el tiempo se ha consumido”.

 

Y avanzaré mar adentro,

moriré, otra vez nacido,

levantaré la

cabeza

y so-

ña-

r

é

.

   

 

 

 

 

 

 

 

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